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LA ENFERMEDAD Y SUS METÁFORAS - eTableros

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dentro de una población dada, la tuberculosis —como hoy el cáncer— siempre<br />

pareció ser enfermedad de individuos, flecha mortífera que podía alcanzar a cualquiera,<br />

que elegía sus víctimas una a una.<br />

Al igual que en los casos de cólera, era común quemar ropas y otros enseres de<br />

un muerto de tuberculosis. «Estos italianos brutales ya casi han terminado su tarea<br />

monstruosa», escribía el 6 de marzo de 1821, desde Roma, Joseph Severn, compañero de<br />

Keats, dos semanas después de que este último muriera en su piececita de Piazza di<br />

Spagna. «Han quemado todo el mobiliario —y ahora rascan las paredes— hacen<br />

ventanas nuevas —puertas nuevas— y hasta piso nuevo.» Pero la tuberculosis era<br />

aterradora no sólo por contagiosa, como el cólera, sino como «mácula» aparentemente<br />

arbitraria e incomunicable. Y para la gente era posible creer que la tuberculosis era<br />

hereditaria (basta pensar en la reaparición de la enfermedad en las familias de Keats,<br />

Bronté, Emerson, Thoreau, Trollope) y al mismo tiempo que denotaba algo singular en<br />

el enfermo. Exactamente del mismo modo, es posible aceptar hoy que hay familias propensas<br />

al cáncer y que en ello haya probablemente un elemento hereditario, sin por eso<br />

dejar de creer que el cáncer toca, punitivamente, a cada persona como individuo. Afectado<br />

de cólera o de tifus, nadie se pregunta: «¿Por qué yo?». Pero «¿Por qué yo?»<br />

(queriendo decir: «No es justo»! Es la pregunta que muchos se hacen al enterarse de<br />

que tienen cáncer.<br />

Por mucho que se achacara la tuberculosis a la pobreza y el ambiente insalubre,<br />

se pensaba no obstante que para contraerla hacía falta cierta predisposición intrínseca.<br />

Médicos y legos creían en un tipo característico tuberculoso, tal como hoy el tipo<br />

característico canceroso, lejos de estar relegado al muladar de la superstición folclórica,<br />

pasa por pensamiento médico de vanguardia. En contraposición al espantajo actual<br />

del tipo característico propenso al cáncer —persona poco emotiva, inhibida,<br />

reprimida—, el carácter, propenso a la tuberculosis, obsesión de la imaginación<br />

decimonónica, era una amalgama de dos fantasías: alguien a la vez apasionado y<br />

reprimido.<br />

La otra plaga notoria del siglo XIX, la sífilis, por lo menos no era misteriosa. La<br />

sífilis era una consecuencia previsible —generalmente, la de haber tenido relaciones<br />

sexuales con alguien ya contaminado—. De ahí que, entre tantas fantasías sexuales<br />

mechadas de culpa propias de la sífilis, no hubiera lugar para un tipo predispuesto. No<br />

había un temperamento más expuesto a esta enfermedad (como antes se creía de la<br />

tuberculosis y hoy del cáncer). La personalidad sifilítica era la de quien tuviera la<br />

enfermedad (Osvald, en Espectros de Ibsen, Adrián Leverkühn en Doctor Faustus), no la de<br />

quien pudiera llegar a tenerla. Como calamidad, la sífilis implicaba un juicio moral<br />

(juicio acerca de la transgresión sexual, de la prostitución), pero no un juicio psicológico.<br />

La tuberculosis, en otros tiempos tan misteriosa —como lo es hoy el cáncer—, sugería<br />

acerca de los enfermos juicios de tipo más profundo, a la vez morales y psicológicos.<br />

Las especulaciones de los antiguos casi siempre hacían de la enfermedad un<br />

instrumento de la ira divina. Se enjuiciaba ora a una comunidad (la plaga que, en el<br />

Libro I de la Iliada, inflige Apolo a los aqueos como castigo por haber Agamenón<br />

raptado a la hija de Crises; la plaga que, en Edipo, cae sobre Tebas a causa de la presencia<br />

corruptora del regio pecador), ora a un individuo (la hedionda herida del pie de<br />

Filoctetes). Las enfermedades sobre las que se concentran los mitos modernos —la<br />

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http://www.scribd.com/users/Barricadas/document_collections

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