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LA ENFERMEDAD Y SUS METÁFORAS - eTableros

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creatividad artística u originalidad espiritual. Pero con el sida —aunque la demencia<br />

es también en este caso un síntoma tardío común— no ha surgido ninguna mitología<br />

compensatoria, ni parece que vaya a surgir. El sida, como el cáncer, no deja lugar a<br />

romantización ni sentimentalización algunas, quizá porque está demasiado<br />

fuertemente asociado con la muerte. En la película Spiral, de Krysztof Zanussi (1978), el<br />

relato más verosímil que conozco sobre la rabia por tener que morir, nunca se<br />

especifica la enfermedad que padece el protagonista; por consiguiente tiene que ser<br />

cáncer. Desde hace ya varias generaciones, la idea genérica de la muerte ha sido la<br />

muerte por cáncer, y la muerte por cáncer es vivida como una derrota genérica. Ahora,<br />

la refutación genérica de la vida y de la esperanza es el sida.<br />

III<br />

49<br />

Dados los innumerables floreos metafóricos que han hecho del cáncer sinónimo<br />

del mal, mucha gente lo ha vivido como algo vergonzoso, por consiguiente algo que<br />

hay que esconder, y también algo injusto, una traición del propio cuerpo. ¿Por qué a<br />

mí?, exclama con amargura el paciente de cáncer. En el caso del sida, la vergüenza va<br />

acompañada de una imputación de culpa, y el escándalo no es para nada recóndito.<br />

Pocos se preguntan ¿Por qué a mí? La mayor parte de los aquejados de sida, fuera del<br />

África subsahariana, saben (o creen saber) cómo lo contrajeron. No se trata de un mal<br />

misterioso que ataca al azar. No, en la mayor parte de los casos hasta la fecha, tener<br />

sida es precisamente ponerse en evidencia como miembro de algún «grupo de riesgo»,<br />

de una comunidad de parias. La enfermedad hace brotar una identidad que podría<br />

haber permanecido oculta para los vecinos, los compañeros de trabajo, la familia, los<br />

amigos. También confirma una identidad determinada y, dentro del grupo de riesgo<br />

norteamericano más seriamente tocado al principio, el de los varones homosexuales, ha<br />

servido para crear un espíritu comunitario y ha sido una vivencia que aisló a los<br />

enfermos y los expuso al vejamen y la persecución.<br />

A veces también se considera el cáncer como la tacha de quien se ha permitido<br />

algún comportamiento «peligroso» —el alcohólico con cáncer de esófago, el fumador<br />

con cáncer de pulmón: castigo por llevar vidas malsanas—. (Al contrario de quienes están<br />

obligados a realizar trabajos peligrosos, como el obrero de una planta petroquímica<br />

que contrae cáncer de próstata.) Se busca cada vez con mayor ahínco el posible vínculo<br />

entre los órganos o sistemas primarios y ciertos comportamientos concretos que se nos<br />

invita a repudiar, como en las recientes especulaciones acerca del vínculo entre el cáncer<br />

de colon o de mama y las dietas ricas en grasas animales. Pero las costumbres malsanas<br />

asociadas con el cáncer, entre otros males —llega a considerarse hoy la cardiopatía,<br />

hasta ahora poco culpabilizada, como el precio a pagar por los excesos en la comida y<br />

en el «estilo de vida»—, son el resultado de una falta de voluntad o una falta de<br />

prudencia, o de una adicción a sustancias legales (aunque muy peligrosas). Se<br />

considera más que una mera debilidad, en cambio, el comportamiento peligroso prohttp://www.scribd.com/users/Barricadas/document_collections

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