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cincuenta-sombras-liberadas-libro-3

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—Me gusta leer, Christian. Dirigir una empresa me apartaría de eso.<br />

—Podrías ser una directiva creativa.<br />

Frunzo el ceño.<br />

—Mira —continúa—, dirigir una empresa que funciona se basa en aprovechar el talento de los individuos<br />

que tienes a tu disposición. Ahí es donde está tu talento y tus intereses; luego estructuras la empresa para<br />

permitir que puedan hacer su trabajo. No lo rechaces sin pensarlo, Anastasia. Eres una mujer muy capaz.<br />

Creo que podrías hacer lo que quisieras solo con proponértelo.<br />

Vaya… ¿Cómo puede saber que eso se me daría bien?<br />

—Me preocupa que me ocupe demasiado tiempo.<br />

Christian frunce el ceño de nuevo.<br />

—Tiempo que podría dedicarte a ti —digo sacando mi arma secreta.<br />

Su mirada se oscurece.<br />

—Sé lo que te propones —susurra divertido.<br />

¡Mierda!<br />

—¿Qué? —pregunto con fingida inocencia.<br />

—Estás intentando distraerme del tema que tenemos entre manos. Siempre lo haces. No rechaces la idea<br />

todavía, Ana. Piénsatelo. Solo te pido eso. —Se inclina y me da un beso casto y después me acaricia la<br />

mejilla con el pulgar. Esta discusión va para largo. Le sonrío y de repente algo que ha dicho antes me viene a<br />

la cabeza sin saber cómo.<br />

—¿Puedo preguntarte algo? —digo con voz suave y tentadora.<br />

—Claro.<br />

—Antes has dicho que si estaba enfadada contigo, que te lo hiciera pagar en la cama. ¿Qué querías decir?<br />

Se queda quieto.<br />

—¿Tú qué crees que quería decir?<br />

Dios, ahora tengo que decirlo…<br />

—Que quieres que te ate.<br />

Levanta ambas cejas por el asombro.<br />

—Eh… no. No era eso lo que quería decir en absoluto.<br />

—Oh. —Me sorprende la ligera decepción que siento.<br />

—¿Quieres atarme? —me pregunta porque obviamente ha identificado mi expresión correctamente. Suena<br />

alucinado. Me ruborizo.<br />

—Bueno…<br />

—Ana, yo… —No acaba la frase y algo oscuro cruza por su cara.<br />

—Christian… —susurro alarmada. Me muevo para quedar tumbada de lado y apoyada en un codo como<br />

él. Le acaricio la cara. Tiene los ojos muy abiertos y llenos de miedo. Sacude la cabeza con tristeza. ¡Mierda!<br />

—. Christian, para. No importa. Solo creía que querías decir eso.<br />

Me coge la mano y se la pone sobre el corazón, que le late con fuerza. ¡Joder! ¿Qué pasa?<br />

—Ana, no sé cómo me sentiría si estuviera atado y tú me tocaras…<br />

Se me eriza el vello. Es como si me estuviera confesando algo profundo y oscuro.

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