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cincuenta-sombras-liberadas-libro-3

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—Dos semanas. ¿Por qué? ¿Sientes una necesidad irreprimible de hacerme cosquillas?<br />

—No. —Río—. Creo que te ayuda.<br />

Christian suelta una risa burlona.<br />

—Más le vale. Le pago una buena suma de dinero para que lo haga. —Me aparta el pelo y me gira la cara<br />

para que lo mire. Levanto la cabeza y le miro a los ojos.<br />

—¿Está preocupada por mi bienestar, señora Grey? —me pregunta.<br />

—Una buena esposa se preocupa por el bienestar de su amado esposo, señor Grey —sentencio mordaz.<br />

—¿Amado? —susurra, y la conmovedora pregunta queda en el aire entre los dos.<br />

—Muy amado. —Me acerco para besarle y él me dedica una sonrisa tímida.<br />

—¿Quieres bajar a tierra a comer?<br />

—Quiero comer donde tú prefieras.<br />

—Bien. —Sonríe—. Pues a bordo es donde puedo mantenerte segura. Gracias por el regalo. —Extiende la<br />

mano y coge la cámara. Estira el brazo con ella en la mano y nos hace una foto a los dos abrazándonos<br />

después de las cosquillas, el sexo y la confesión.<br />

—Un placer. —Le devuelvo la sonrisa y los ojos se le iluminan.<br />

Paseamos por el opulento y dorado esplendor del dieciochesco Palacio de Versalles. Lo que una vez fue un<br />

modesto alojamiento para las cacerías, el Rey Sol lo transformó en un magnífico y fastuoso símbolo de poder,<br />

que, paradójicamente, antes de que acabara el siglo XVIII presenció la caída del último monarca absolutista.<br />

La estancia más impresionante con diferencia es la Galería de los Espejos. El sol de primera hora de la<br />

tarde entra a raudales por las ventanas del oeste, iluminando los espejos que se alinean uno detrás de otro en<br />

la pared oriental y arrancando destellos de las doradas hojas que lo decoran y de las enormes arañas de cristal.<br />

Es imponente.<br />

—Es interesante ver lo que creó un déspota megalómano al que le gustaba aislarse rodeado de esplendor<br />

—le digo a Christian, que está de pie a mi lado. Me mira y ladea la cabeza, observándome con humor.<br />

—¿Qué quiere decir con eso, señora Grey?<br />

—Oh, no era más que una observación, señor Grey. —Señalo con la mano lo que nos rodea. Sonriendo,<br />

me sigue hasta el centro de la sala, donde me detengo y admiro la vista: los espectaculares jardines que se<br />

reflejan en los espejos y el no menos espectacular Christian Grey, mi marido, cuyo reflejo me mira con ojos<br />

brillantes y atrevidos.<br />

—Yo construiría algo como esto para ti —me asegura—. Solo para ver cómo la luz hace brillar tu pelo<br />

como aquí y ahora. —Me coloca un mechón tras la oreja—. Pareces un ángel. —Me da un beso bajo el<br />

lóbulo de la oreja, me coge la mano y murmura—: Nosotros, los déspotas, hacemos esas cosas por las<br />

mujeres que amamos.<br />

Me ruborizo, le sonrío tímidamente y le sigo por la enorme estancia.

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