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cincuenta-sombras-liberadas-libro-3

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Vuelve a mirar al techo y se pasa una mano por el pelo. Yo estoy deseando pasarle también la mano por el<br />

pelo, pero permanezco quieta.<br />

—No podía soportar que nadie me tocara. No podía. No soportaba que nadie estuviera cerca de mí. Solía<br />

meterme en peleas… joder que sí. Me metí en riñas bastante duras. Me echaron de un par de colegios. Pero<br />

era una forma de desahogarme un poco. La única forma de tolerar algo de contacto físico. —Se detiene de<br />

nuevo—. Bueno, te puedes hacer una idea. Y cuando ella me besó, solo me cogió la cara. No me tocó. —<br />

Casi no le oigo la voz.<br />

Ella debía saberlo. Tal vez Grace se lo dijo. Oh, mi pobre Cincuenta. Tengo que meter las manos bajo la<br />

almohada y apoyar la cabeza en ella para resistir la necesidad de abrazarle.<br />

—Bueno, al día siguiente volví a la casa sin saber qué esperar. Y te voy a ahorrar los detalles escabrosos,<br />

pero fue más de lo mismo. Así empezó la relación.<br />

Oh, joder, qué doloroso es escuchar esto…<br />

Él vuelve a ponerse de costado para quedar frente a mí.<br />

—¿Y sabes qué, Ana? Mi mundo recuperó la perspectiva. Aguda y clara. Todo. Eso era exactamente lo<br />

que necesitaba. Ella fue como un soplo de aire fresco. Tomaba todas las decisiones, apartando de mí toda esa<br />

mierda y dejándome respirar.<br />

Madre mía.<br />

—E incluso cuando se acabó, mi mundo siguió centrado gracias a ella. Y siguió así hasta que te conocí.<br />

¿Y qué demonios se supone que puedo decir ahora? Él me coloca un mechón suelto detrás de la oreja.<br />

—Tú pusiste mi mundo patas arriba. —Cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos están llenos de dolor—.<br />

Mi mundo era ordenado, calmado y controlado, y de repente tú llegaste a mi vida con tus comentarios<br />

inteligentes, tu inocencia, tu belleza y tu tranquila temeridad y todo lo que había antes de ti empezó a parecer<br />

aburrido, vacío, mediocre… Ya no era nada.<br />

Oh, Dios mío.<br />

—Y me enamoré —susurra.<br />

Dejo de respirar. Él me acaricia la mejilla.<br />

—Y yo —murmuro con el poco aliento que me queda.<br />

Sus ojos se suavizan.<br />

—Lo sé —dice.<br />

—¿Ah, sí?<br />

—Sí.<br />

¡Aleluya! Le sonrío tímidamente.<br />

—¡Por fin! —susurro.<br />

Él asiente.<br />

—Y eso ha vuelto a situarlo todo en la perspectiva correcta. Cuando era más joven, Elena era el centro de<br />

mi mundo. No había nada que no hiciera por ella. Y ella hizo muchas cosas por mí. Hizo que dejara la<br />

bebida. Me obligó a esforzarme en el colegio… Ya sabes, me dio un mecanismo para sobrellevar las cosas<br />

que antes no tenía, me dejó experimentar cosas que nunca había pensado que podría.<br />

—El contacto —susurro.

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