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cincuenta-sombras-liberadas-libro-3

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—Elizabeth, ya tienes el dinero. Llama a Jack. Dile que suelte a Mia.<br />

—Creo que quiere darle las gracias en persona.<br />

¡Mierda! La miro a través del espejo retrovisor con una expresión glacial.<br />

Ella palidece y aparece un ceño ansioso que le afea su bonita cara.<br />

—¿Por qué estás haciendo esto, Elizabeth? Creía que Jack no te caía bien.<br />

Me mira brevemente a través del espejo y veo que una punzada de dolor cruza fugazmente sus ojos.<br />

—Ana, preferiría que mantuvieras la boca cerrada.<br />

—Pero no puedes hacer esto. Esto no está bien.<br />

—Que te calles —me dice, pero noto que está incómoda.<br />

—¿Te está presionando de algún modo? —le pregunto. Sus ojos vuelven a encontrarse con los míos un<br />

instante y pisa con brusquedad el freno, lo que me lanza hacia delante con tanta fuerza que mi cara golpea el<br />

reposacabezas que tengo enfrente.<br />

—He dicho que te calles —repite—. Y te sugiero que te pongas el cinturón.<br />

En ese momento entiendo que así es. Él tiene algo horrible contra ella, tanto que Elizabeth está dispuesta a<br />

hacer esto por él. Me pregunto qué podrá ser. ¿Robo a la empresa? ¿Algo de su vida privada? ¿Algo sexual?<br />

Me estremezco al pensarlo. Christian dice que ninguna de las ayudantes de Jack quiso hablar. Tal vez todas<br />

se encuentren en la misma situación que Elizabeth. Por eso quiso follarme a mí también. La bilis se me sube a<br />

la garganta del asco que siento solo de pensarlo.<br />

Elizabeth se aleja del centro de Seattle y enfila por las colinas hacia el este. Poco después estamos<br />

conduciendo por calles residenciales. Veo uno de los letreros de la calle: SOUTH IRVING STREET. De repente<br />

hace un giro brusco a la izquierda hacia una calle desierta con un desvencijado parque infantil a un lado y un<br />

gran aparcamiento de cemento al otro, flanqueado al fondo por una hilera de edificios bajos de ladrillo<br />

aparentemente vacíos. Elizabeth entra en el aparcamiento y se detiene delante del último de los edificios de<br />

ladrillo.<br />

Ella se vuelve hacia mí.<br />

—Ha llegado la hora —susurra.<br />

Se me eriza el vello y el miedo y la adrenalina me recorren el cuerpo.<br />

—No tienes que hacer esto —le susurro en respuesta. Su boca se convierte en una fina línea y sale del<br />

coche.<br />

Esto es por Mia. Esto es por Mia, repito en mi mente. Por favor, que esté bien. Por favor, que esté bien.<br />

—Sal —ordena Elizabeth abriendo la puerta de un tirón.<br />

Mierda. Cuando bajo me tiemblan tanto las piernas que no sé si voy a poder mantenerme en pie. La brisa<br />

fresca de última hora de la tarde me trae el olor del otoño que ya casi está aquí y el aroma polvoriento y<br />

terroso de los edificios abandonados.<br />

—Bueno, bueno… Mira lo que tenemos aquí. —Jack sale de un umbral estrecho y cubierto con tablas que<br />

hay a la izquierda del edificio. Tiene el pelo corto. Se ha quitado los pendientes y lleva traje. ¿Traje? Viene<br />

caminando hacia mí despidiendo arrogancia y odio por todos los poros. El corazón empieza a latirme más<br />

rápido.<br />

—¿Dónde está Mia? —balbuceo con la boca tan seca que casi no puedo pronunciar las palabras.

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