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06. En la Arena Estelar

En la arena estelar, publicada por primera vez en 1951, con el título original de The Stars, Like Dust (Las estrellas, como polvo) es una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. Su título alude al polvo interestelar que impide la visión de las estrellas en la Nebulosa Cabeza de Caballo, región de la Vía Láctea donde tiene lugar la mayor parte de la historia.

En la arena estelar, publicada por primera vez en 1951, con el título original de The Stars, Like Dust (Las estrellas, como polvo) es una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. Su título alude al polvo interestelar que impide la visión de las estrellas en la Nebulosa Cabeza de Caballo, región de la Vía Láctea donde tiene lugar la mayor parte de la historia.

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Por un momento, mientras manipu<strong>la</strong>ba los controles de <strong>la</strong> puerta de! armario,<br />

se preguntó si también <strong>la</strong> habrían inmovilizado. Pero se abrió sin esfuerzo, y<br />

desapareció suavemente en su cavidad de <strong>la</strong> pared. No había ninguna razón para<br />

inmovilizar el armario, y por otra parte no habían tenido mucho tiempo.<br />

<strong>En</strong> aquel instante, cuando ya tenía <strong>la</strong> linterna en <strong>la</strong> mano y se daba <strong>la</strong> vuelta,<br />

toda <strong>la</strong> estructura de su teoría se hundió en un espantoso momento. Se quedó rígido,<br />

su abdomen se endureció, tensándose, y mantuvo <strong>la</strong> respiración, escuchando.<br />

Por primera vez desde que se había despertado oyó el murmullo dei dormitorio.<br />

Escuchó <strong>la</strong> apagada e irregu<strong>la</strong>r conversación que mantenía consigo mismo, y reconoció<br />

inmediatamente <strong>la</strong> naturaleza de! sonido.<br />

Era imposible no reconocerlo, era «el chasquido mortal de <strong>la</strong> Tierra»: un sonido<br />

inventado hacía mil años.<br />

Para ser exacto: era el sonido de un contador de radiación que iba registrando<br />

<strong>la</strong>s partícu<strong>la</strong>s cargadas y <strong>la</strong>s duras ondas gamma que llegaban a él; los suaves<br />

impulsos electrónicos se fundían formando un leve murmullo. Era el sonido de un<br />

contador que contaba <strong>la</strong> única cosa que podía contar: ¡<strong>la</strong> muerte!<br />

Despacio, de puntil<strong>la</strong>s, Biron fue retrocediendo. Desde un par de metros de<br />

distancia proyectó el haz luminoso en dirección a <strong>la</strong>s profundidades del armario. El<br />

contador estaba allí, en el distante rincón, aunque verlo no significó nada para él.<br />

Había estado allí desde su ingreso en <strong>la</strong> universidad. La mayoría de los<br />

estudiantes recién llegados de los Mundos Externos compraban un contador durante <strong>la</strong><br />

primera semana de su estancia en <strong>la</strong> Tierra. Al principio pensaban mucho en <strong>la</strong><br />

radiactividad de <strong>la</strong> Tierra, y sentían <strong>la</strong> necesidad de protección. Generalmente vendían<br />

los contadores a <strong>la</strong> siguiente promoción de alumnos, pero Biron había conservado el<br />

suyo; ahora se alegraba de ello.<br />

Se dirigió a su escritorio, donde guardaba su reloj de pulsera mientras dormía.<br />

Su mano tembló un poco cuando lo sostuvo a <strong>la</strong> luz de <strong>la</strong> linterna. La correa del reloj<br />

era de plástico flexible entretejido, y de una suavidad b<strong>la</strong>nca casi líquida. Lo observó<br />

cuidadosamente desde ángulos diferentes; no había duda de que estaba b<strong>la</strong>nco.<br />

Aquel<strong>la</strong> correa había sido otra de sus primeras compras. Una radiación enérgica<br />

<strong>la</strong> convertía en azul, y el azul en <strong>la</strong> Tierra era el color de <strong>la</strong> muerte. Si uno se perdía o<br />

se descuidaba, era fácil extraviarse durante el día sobre un trozo de suelo radiactivo. El<br />

gobierno cercaba tantas manchas radiactivas como podía, y, como es natural, nadie se<br />

acercaba nunca a <strong>la</strong>s grandes superficies mortíferas que comenzaban algunos<br />

kilómetros fuera de <strong>la</strong> ciudad. Pero <strong>la</strong> correa era un seguro. Si en alguna ocasión se<br />

tornaba ligeramente azul, había que presentarse en el hospital para recibir<br />

tratamiento. No cabían discusiones. El compuesto de que estaba fabricada era<br />

precisamente tan sensible a <strong>la</strong> radiación como el propio cuerpo, y podían utilizarse<br />

aparatos fotoeléctricos adecuados para medir <strong>la</strong> intensidad de <strong>la</strong> coloración azu<strong>la</strong>da,<br />

con lo cual se podía determinar rápidamente <strong>la</strong> gravedad del caso.<br />

Un azul oscuro bril<strong>la</strong>nte era el fin. Así como el color no desaparecería nunca,<br />

tampoco <strong>la</strong> persona contaminada podría descontaminarse. No había cura, escape ni<br />

esperanza. Sólo quedaba esperar en algún sitio de un día a una semana, y lo único que<br />

podía hacer el hospital era tomar <strong>la</strong>s disposiciones finales para <strong>la</strong> cremación.<br />

Pero, por lo menos, <strong>la</strong> correa estaba todavía b<strong>la</strong>nca, y el tumulto de los<br />

pensamientos de Biron se calmó un poco.<br />

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