13En el primer caso, se aprobaron en muchísimos países norma vas de segunda generación ,más acordes a la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violenciahacia las Mujeres, conocida como Belém do Pará y aprobada por la Organización de EstadosAmericanos en 1994; y, en relación a las leyes de medios, varios países a par r del 2005comenzaron a pensar, en el marco de gobiernos que pugnaban por una redistribución de losrecursos materiales, cómo implementar también una redistribución de los recursos simbólicosa través del rediseño del mapa de los medios de comunicación.El empo transcurrido desde el año 2009, así como la propia evidencia de los procesos deArgen na y países hermanos presentes en este libro, muestran que la redistribución de bienessimbólicos –y par cularmente de los que enen que ver con el sostenimiento de estructuras depoder patriarcales- no es sencilla y conlleva una profunda transformación cultural que lasnormas y polí cas <strong>públicas</strong> pueden colaborar a implementar, sobre todo por su efectosimbólico, y que requiere de constancia y profundización.Dicho de otra forma: si los medios de comunicación nos impactan cada pocos segundos conimágenes estereo padas de mujeres y varones heterosexuales, y de personas con iden dadesde género diversas, no bastará una campaña, una serie de capacitaciones o una sancióneventual, sino que se requiere de un potente compromiso de transformación para que laigualdad se logre y se perpetúe en el empo y vaya probando y generando nuevas estrategias deacción. Para eso hacen falta Estados comprome dos con los derechos humanos que tengancomo norte el logro de la igualdad de género, y no sólo en los medios de comunicación.Los ar culos presentes en este libro muestran que si bien en América La na está en debateen los úl mos años el derecho a la comunicación –gritando al mundo que este derecho no“fracasó” cuando los países desarrollados rechazaron en 1980 en la UNESCO el InformeMcBride-, el derecho a la comunicación de las mujeres, y la libertad de expresión de las mujeres–y mucho más el de las personas con iden dades de género diversa- no son parte de estaagenda “grande” del debate comunicacional.Aun con la aprobación de nuevas leyes de medios, y de leyes de violencia que contemplanfiguras de violencia mediá ca o similares, no hay en nuestra región conciencia sobre lanecesidad de contar con polí cas <strong>públicas</strong> de comunicación y género integradas y valorar el rolcentral que los medios, y la comunicación en general, enen en la construcción de sociedadesigualitarias. Así como son reproductores y constructores de desigualdades de todo po, entreellas de género, los medios pueden ser actores centrales en la construcción de una agenda porla igualdad.Para que esto suceda, los medios deben comportarse como actores con responsabilidadesen sociedades democrá cas. Reconocer el rol social de la comunicación y respetar los derechos
14humanos. No pueden invocar el derecho a la libertad de expresión como escudo ante cualquiercomentario crí co sobre su programación.Si bien el derecho a la libertad de expresión es central y prioritario para cualquier tareacomunicacional, ningún derecho es absoluto y uno de los límites de éste es la posibilidad de quela mayor diversidad de personas pueda ejercer su derecho a la comunicación. Es decir, no puedehaber libertad de expresión –sería mejor decir libertad de prensa- para las empresas de mediossi ésta no incluye, o vulnera, el derecho a la comunicación de las mujeres y de cualquier sujeto o“sujeta” que no se iden fique con las masculinidades hegemónicas .Creemos que éste es el debate que debemos sostener hoy en nuestras sociedadesla noamericanas en torno a los procesos de comunicación y género que débilmente asomandetrás de transformaciones más amplias vinculadas a violencia y/o a medios de comunicación.¿Podemos comenzar a hablar de buenas y malas prác cas vinculadas a la discriminación enlos medios? ¿Las empresas están dispuestas a escuchar crí cas comprendiendo que puedenmejorar la calidad de su programación sin que por eso esté afectada su autonomía? ¿Es posiblecomo sociedad darnos cuenta que la libertad de expresión debe ser inclusiva de toda laciudadanía y no sólo de quienes detentan la propiedad y/o el control de los medios? ¿Puedesometerse la rentabilidad de los medios a la producción de programación de calidad y nodiscriminatoria?Este libro intenta ser un aporte a ese debate, para que en nuestra región se sostenga y nodecaiga el interés, la incidencia, la reflexión y la acción de todos los sectores –academia,gobiernos, sociedad civil, empresas de medios- sobre las polí cas <strong>públicas</strong> de comunicación ygénero que podemos darnos.Entendemos que profundizar este debate nos llevará a puntos de acuerdo y no deenfrentamiento. Porque estamos convencidas de que gran parte de la discriminación que losmedios evidencian ene que ver con la violencia simbólica presente en toda sociedadpatriarcal, una violencia que ni quienes la ejercen ni quienes la reciben perciben como tal,porque la desigualdad de género es parte estructural del imaginario colec vo.Agradecemos a las autoras de cada capítulo, enormes luchadoras en los procesos dedemocra zación de la comunicación en sus países; mujeres que nos ayudaron y seguiránhaciéndolo, a iluminar con las mejores reflexiones el camino de la comunicación y el género.A la Fundación Friedrich Ebert, en especial al Centro de Competencia en Comunicación paraAmérica La na de esa ins tución –y en par cular a María Rigat- Pflaum y Omar Rincón- porapostar a que estas reflexiones enen sen do y que la batalla por la ampliación de los sen dosvale la pena cada día.A la primera Defensora del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual de Argen na,
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