5servicio de la humanidad, sino del poder patriarcal.Algo similar ocurre en los medios de comunicación audiovisual, de acuerdo con losenriquecedores seis capítulos que integran este libro. En muchos países de América La na laimagen de la mujer es “presentada de forma incompleta o sesgada”, como asegura RachelMoreno, de Brasil; “o estereo pada y discriminatoria”, según Luisa Kisslinger, de Venezuela;“los hombres con núan detentando el poder polí co, económico y simbólico”, como nos cuentaJuliana Mar nez, de Colombia, y “existe una insuficiente e inadecuada implementación depolí cas de género”, como señala Aimée Vega Mon el, de México.Todo ello a la vez que los varones también son estereo pados como “dominantes, seguros,compe vos” y ante “la evidencia de la emocionalidad, cualquier a sbo de vulnerabilidad, sondesechados”, mientras que a las “personas con iden dades de género diversa, los mediossuelen relegarlas al lugar de lo raro, marginal y, cuando se puede, las hacen rozar ladelincuencia; casi nunca evidenciando la trama social y cultural de discriminación y rechazohacia estos colec vos”, como argumenta Sandra Chaher, de Argen na.Es que los medios de comunicación no reflejan la realidad, sino que la construyen.Construyen subje vidades de acuerdo con lógicas de clase y lógicas de género. Los medios decomunicación en muchos países de La noamérica han estado históricamente asociados a losintereses de unas pocas familias, que lograron consolidar una matriz hegemónica de lapropiedad de los medios, una élite comunicacional que excluyó a los pueblos y su derecho a lacomunicación, pero que también ha venido acompañada por una matriz hegemónica de lapropiedad simbólica de esos medios. Y lo cierto es que esa matriz económica puede ser, desdemi punto de vista, más simple de modificar a la simbólica, que la cultural, aún con todas lascomplejidades que implica.En la Argen na, por ejemplo, a par r de la sanción de la Ley de Servicios de ComunicaciónAudiovisual se está transformando el mapa de posición dominante, en el que unos pocosgrupos de medios acumulan muchas más licencias de las permi das. No es una tarea sencilla: laresistencia durante años a esa ley an monopólica lo demuestra. Pero creo que cambiar esaestructura económica es aún más simple que la modificación del pensamiento único, de lacolonización de las subje vidades sellada durante las décadas de hegemonía comunicacional.La primera se trata de la compraventa de licencias para adecuarse a la nueva ley, conautorización del Estado, y la otra se trata de la generación de consensos en torno de que lacomunicación no es un negocio, sino un servicio y la información no es una mercancía, sino underecho.Es complejo modificar las matrices culturales al punto de que todos los días puedacorroborarse en la radio y la televisión que las mujeres no somos objetos de posesión y dominio;
6y las niñas, niños y adolescentes no son objetos de consumo. Que la radio y la televisión no sonmeras empresas, sino servicios, ventanas plurales y diversas para exteriorizar el derecho a lacomunicación, sin discriminación ni violencias.En ese proceso de transformación se debate América La na. De esto se trata la pujadistribu va, no sólo la económica, sino la simbólica. No puede haber libertad de prensa (sobretodo si se confunde con la libertad de empresa) a costa de la opresión de otras libertades, comola de tener acceso igualitario a los derechos humanos. A una vida libre de violencias.A lo largo de las páginas que integran este libro se diagnos can una serie de problemas que,con ma ces, parecen comunes en los países de América La na a los que se hace referencia:Las mujeres ocupan pocos lugares entre los accionistas de los medios de comunicación(15,4% señala Chaher en Argen na) y en los puestos direc vos (21,4% de acuerdo con elInforme Global sobre la Situación de las Mujeres en los Medios de Comunicación). Esdecir que no enen la suficiente posibilidad de tomar decisiones sobre líneas editoriales,jerarquización y no ciabilidad.Las demandas, pensamientos y manifestaciones del movimiento organizado de mujeresson simplemente ignoradas. Poquísimas veces las mujeres aparecemos en los medioscomo especialistas, pero anunciamos, vendemos, somos insinuadas como regalos (comoespecifica Moreno, de Brasil).Si bien puede haber norma va vigente sobre la violencia hacia las mujeres, que hacereferencia a la necesidad de trabajar preven vamente con los medios de comunicación,ninguna de estas medidas aún fueron puestas en prác ca o no se asignan presupuestospara su ejecución, ni se establecen sanciones en caso de incumplimiento (como explicaMar nez, de Colombia).Se observa la falta de formación en género en las carreras de comunicación o lainexistencia de observatorios u organismos independientes que puedan condenar estepo de ac tudes (como enmarca Celiber , de Uruguay).La temá ca de género está ausente en los códigos de é ca, lineamientos y polí cas queregulan la ac vidad de periodistas, medios de comunicación, anunciantes y agencias depublicidad (como enumera Kisslinger, de Venezuela).Cuando se aborda la violencia se trata de la que afecta a las personas individuales y a susintereses par culares, sobre todo la propiedad privada (asaltos, secuestros, robos),ignorando muchas otras formas de violencia: la de las regiones más pobres, de laexclusión social; la violencia pasiva (cuando, por ejemplo, no se implementan las normasde seguridad en el trabajo, para preservar la salud y la vida), como reflexiona Moreno.
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