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Leer-Cuentos.-Horacio-Quiroga

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—Sí, está un poco débil... Y cuando pienso que en el campo se repondríaenseguida... Vea, Octavio: ¿me permite ser franca con usted? Ya sabeque lo he querido como un hijo... ¿No podríamos pasar una temporada ensu establecimiento? ¡Cuánto bien le haría a Lidia!—Soy casado –repuso Nébel.La señora tuvo un gesto de viva contrariedad, y por un instante su decepciónfue sincera; pero enseguida cruzó sus manos cómicas:—¡Casado, usted! ¡Oh, qué desgracia, qué desgracia! ¡Perdóneme, yasabe!... No sé lo que digo... ¿Y su señora vive con usted en el ingenio?—Sí, generalmente... Ahora está en Europa.—¡Qué desgracia! Es decir... ¡Octavio! –añadió abriendo los brazoscon lágrimas en los ojos–: a usted le puedo contar, usted ha sido casi mihijo... ¡Estamos poco menos que en la miseria! ¿Por qué no quiere quevaya con Lidia? Voy a tener con usted una confesión de madre –concluyócon una pastosa sonrisa y bajando la voz–: usted conoce bien el corazón deLidia, ¿no es cierto?Esperó respuesta, pero Nébel permanecía callado.—¡Sí, usted la conoce! ¿Y cree que Lidia es mujer capaz de olvidarcuando ha querido?Ahora había reforzado su insinuación con una lenta guiñada. Nébelvaloró entonces de golpe el abismo en que pudo haber caído antes. Erasiempre la misma madre, pero ya envilecida por su propia alma vieja, lamorfina y la pobreza. Y Lidia... Al verla otra vez había sentido un bruscogolpe de deseo por la mujer actual de garganta llena y ya estremecida. Anteel tratado comercial que le ofrecían, se echó en brazos de aquella rara conquistaque le deparaba el destino.—¿No sabes, Lidia? –prorrumpió la madre alborozada, al volver suhija–. Octavio nos invita a pasar una temporada en su establecimiento.¿Qué te parece?Lidia tuvo una fugitiva contracción de las cejas y recuperó su serenidad.—Muy bien, mamá...—¡Ah! ¿No sabes lo que dice? Está casado. ¡Tan joven aún! Somoscasi de su familia...Lidia volvió entonces los ojos a Nébel, y lo miró un momento con do­cuentos100

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