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Leer-Cuentos.-Horacio-Quiroga

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Nuestro primer cigarroNinguna época de mayor alegría que la que nos proporcionó a María ya mí, nuestra tía con su muerte.Lucía volvía de Buenos Aires, donde había pasado tres meses. Esa noche,cuando nos acostamos, oímos que Lucía decía a mamá:—¡Qué extraño!... Tengo las cejas hinchadas.Mamá examinó seguramente las cejas de tía, pues después de un ratocontestó:—Es cierto... ¿No sientes nada?—No... sueño.Al día siguiente, hacia las dos de la tarde, notamos de pronto fuerteagitación en casa, puertas que se abrían y no se cerraban, diálogos cortadosde exclamaciones, y semblantes asustados. Lucía tenía viruela, y de ciertaespecie hemorrágica que había adquirido en Buenos Aires.Desde luego, a mi hermana y a mí nos entusiasmó el drama. Las criaturastienen casi siempre la desgracia de que las grandes cosas no pasen en sucasa. Esta vez nuestra tía –¡casualmente nuestra tía!, ¡enferma de viruela!Yo, chico feliz, contaba ya en mi orgullo la amistad de un agente de policía,y el contacto con un payaso que saltando las gradas había tomado asiento ami lado. Pero ahora el gran acontecimiento pasaba en nuestra propia casa;y al comunicarlo al primer chico que se detuvo en la puerta de calle a mirar,había ya en mis ojos la vanidad con que una criatura de riguroso luto pasapor primera vez ante sus vecinillos atónitos y envidiosos.Esa misma tarde salimos de casa, instalándonos en la única que pu­cuentos124

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