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Leer-Cuentos.-Horacio-Quiroga

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troncos en el mismo bananal de casa, al llegar allá, cuatro años antes. Layarará iba seguramente de pasada, porque nunca la encontré; pero sí vicon sobrada frecuencia a ejemplares de su cría que dejó en los alrededores,en forma de siete viborillas que maté en casa, y todas ellas en circunstanciaspoco tranquilizadoras.Tres veranos consecutivos duró la matanza. El primer año tenían 35centímetros; el tercero alcanzaban 70. La madre, a juzgar por el pellejo,debía de ser un ejemplar magnífico.La sirvienta, que iba con frecuencia a San Ignacio, había visto un díaa la víbora cruzada en el sendero. Muy gruesa –decía ella– y con la cabezachiquita.Dos días después de esto, mi perra fox-terrier, rastreando a una perdizde monte, en el mismo paraje, había sido mordida en el hocico. Muerta, endiecisiete minutos.La noche del caso de Cirila, yo estaba en San Ignacio –adonde iba devez en cuando. Olivera llegó allí a la disparada a decirme que una víbora habíapicado a Cirila. Volamos a casa a caballo, y hallé a la muchacha sentadaen el escalón del comedor, gimiendo con el pie cogido entre las manos.En casa le habían ligado el tobillo, tratando enseguida de inyectar permanganato.Pero no es fácil darse cuenta de la resistencia que a la entradade la aguja ofrece un talón convertido en piedra por el edema. Examiné lamordedura, en la base del tendón de Aquiles. Yo esperaba ver muy juntoslos dos clásicos puntitos de los colmillos. Los dos agujeros aquellos, de queaún fluían babeando dos hilos de sangre, estaban a cuatro centímetros unode otro; dos dedos de separación. La víbora, pues, debía de ser enorme.Cirila se llevaba las manos del pie a la cabeza, y decía sentirse muy mal.Hice cuanto podía hacer: ensanche de la herida, presión, gran lavaje conpermanganato, y alcohol a fuertes dosis.Entonces no tenía suero; pero había intervenido en dos casos de mordedurade víbora con derroche de caña, y confiaba mucho en su eficacia.Acostamos a la muchacha, y Olivera se encargó del alcohol. A la mediahora la pierna era ya una cosa deforme, y Cirila –quiero creer que no estabadescontenta del tratamiento– no cabía en sí de dolor y de borrachera.Gritaba sin cesar:biblioteca ayacucho189

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