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Leer-Cuentos.-Horacio-Quiroga

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veintiséis años Leopoldo Lugones y yo conocimos la catarata de la Victoria,no hallamos otro modo de descender al cráter que lanzarnos a la ventura, encompañía de no pocos peñascos sueltos. Los bloques de basalto del fondo,adonde caímos por fin, estaban cubiertos de un musgo sumamente gruesoy áspero, y el musgo estaba a la vez cubierto literalmente de ciempiés.Diez minutos antes, allá arriba, las cataratas, su albor y su iris esplendíanal sol radiante de un día singularmente calmo y dulce. En el fondo de lahoya, ahora, todo era un infierno de lluvia, bramidos y viento huracanado.El estruendo del agua, apenas sensible en el plano superior, adquiría allíuna intensidad fragorosa que sacudía los cuerpos y hacía entrechocar losdientes. Las rachas de viento y agua despedidas por los saltos se retorcíanal encontrarse en remolinos que azotaban como látigos. No reinaba allíla noche, pero tampoco aquella luz diluviana era la del día. Helados defrío, cegados por el agua, chorreantes y lastimados, avanzábamos sobre undédalo de piedras semisumergidas, cada una de las cuales exigía un saltoe imponía una brusca caída de rodillas, so pena de desaparecer en el aguainsondable que corría entre aquéllas con velocidad de vértigo. Un paisajede la era primaria, rugiente de agua, huracán y fuerzas desencadenadas eralo que la gran catarata ocultaba al apacible turista del plano superior. Y noestábamos sino al pie de los pequeños saltos.En el informe que sobre su viaje a la región elevó Lugones, creo queaconsejaba la aplicación de escalerillas de hierro a la muralla, con el objetode facilitar el acceso hasta el fondo del cráter. Paréceme aún recordar queel interés del autor llegaba hasta presuponer el costo de la obra, que noalcanzaba a siete mil pesos. Si se han colocado por fin, lo ignoro.Al regresar aquel día, náufragos y maltratados de nuestra exploración,se nos dijo que éramos los primeros en haber alcanzado hasta allá. De cualquiermodo, satisface el alma haber adquirido en aquel caos de otras épocasel verdadero sentimiento de las cataratas.Ante el tribunalCada veinticinco o treinta años el arte sufre un choque revolucionarioque la literatura, por su vasta influencia y vulnerabilidad, siente másrudamente que sus colegas. Estas rebeliones, asonadas, motines o comoquiera llamárseles, poseen una característica dominante que consiste, paracuentos430

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