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Leer-Cuentos.-Horacio-Quiroga

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—Dése el gusto.—Me lo doy.Nueva pausa, que tampoco resistió ella esta vez.—¿Son tan divertidos como usted en la Argentina?—Algunos. –Y agregué–: Es que lo que le he dicho está a una legua delo que cree.—¿Qué creo?—Que he comenzado con esa frase una conquista de sudamericano.Ella me miró un instante sin pestañar.—No –me respondió sencillamente–. Tal vez lo creí un momento, peroreflexioné.—¿Y no le parezco un piratilla de rica familia, no es cierto?—Dejemos, Grant, ¿le parece? –se levantó.—Con mucho gusto, señora. Pero me dolería muchísimo más de lo queusted cree que me desconociera hasta este punto.—No lo conozco aún; usted mejor que yo debe de comprenderlo. Perono es nada. Mañana hablaremos con más calma. A la una, no se olvide.* * *He pasado mala noche. Mi estado de ánimo será muy comprensiblepara los muchachos de veinte años a la mañana siguiente de un baile, cuandosienten los nervios lánguidos y la impresión deliciosa de algo muy lejano–y que ha pasado hace apenas siete horas.Duerme, corazón.* * *Diez nuevos días transcurridos sin adelantar gran cosa. Ayer he ido,como siempre, a reunirme con ellos a la salida del taller.—Vamos, Grant –me dijo Stowell–. Lon quiere contarle eso de la víborade cascabel.—Hace mucho calor en el bar –observé.—¿No es cierto? –se volvió la Phillips–. Yo voy a tomar un poco de aire.cuentos216

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