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Leer-Cuentos.-Horacio-Quiroga

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dar mejor su esfuerzo sobrehumano al tratar de cumplir, en medio de laselva, y simultáneamente, las funciones de Juez de Paz y carpintero; la de“Los destiladores de naranja” (noviembre 15, 1923), que aprovecha unaanécdota personal para derivar hacia un tema de alucinación y locura; la de“Los precursores” (abril 14, 1929), que contiene el mejor, el más sabio, elmás humorístico testimonio sobre la cuestión social en Misiones, y es tambiénun admirable ejemplo de cómo usar la jerga sin caer en oscuridadesdialectales.En todos estos relatos, muchos de los cuales se incorporan a Los desterrados,<strong>Quiroga</strong> desarrolla una forma especial de la ternura: esa que nonecesita del sentimentalismo para existir, que puede prescindir de la mentiray de las buenas intenciones explícitas; la ternura del que sabe qué cosafrágil es el hombre pero que sabe también qué heroico es en su locura yqué sufrido en su dolor, en su genial inconsciencia. Por eso, estos cuentoscontienen algo más que la crónica de un ambiente y sus tipos (como dice elsubtítulo del libro); son algo más que historias trágicas, o cómicas, que seinsertan en un mundo exótico. Consisten en profundas inmersiones en larealidad humana, hechas por un hombre que ha aprendido al fin a liberaren sí mismo lo trágico, hasta lo horrible.En ningún lado mejor que en “El desierto” (enero 4, 1923) que darátítulo al volumen de 1923, y en “El hijo” (enero 15, 1928) ha alcanzado<strong>Quiroga</strong> ese dificilísimo equilibrio entre la narración y la confesión queconstituye su más sazonada obra. Allí el hombre que nunca quiso hablar delsuicidio de su primera mujer, ese hombre duro e impenetrable, se entregaal lector en el recuento de sus alucinaciones de padre. Los relatos estánescritos muchos años después del suceso (o sueño) que los originó, cuandoya sus hijos son grandes y empiezan a separarse naturalmente de su dura ytierna tutela. Pero es en esa distancia (la emoción evocada en la tranquilidad,de que hablaba y tan bien Wordsworth), es en esa muerte y resurrecciónde la emoción, que el mismo <strong>Quiroga</strong> aconsejaba en el “Decálogo delperfecto cuentista” (julio, 1927), donde reside la clave del sentimiento quetransmiten tan poderosamente ambos relatos.Son esencialmente autobiográficos, lo que significa que no lo son ensu anécdota. <strong>Quiroga</strong> no murió, dejando abandonados en la selva a suscuentosXX

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