- Page 1: Horacio QuirogaCUENTOSBIBLIOTECAAYA
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- Page 28 and 29: tural que en el primer cuento permi
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En los primeros momentos Vélez hab
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nerviosidad que le producía a él
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—Un día de estos. ¿Está acá t
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una valija en la mano, que giraba d
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para hacer una cosa de loco.* * *Ya
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descubierto sobre la mesa, frente a
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—Quién sabe... Dígame: ¿dónde
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no entraba porque tenía miedo! “
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nada, nada fuera de su fijeza asesi
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Lucas insiste mucho en ver a usted.
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Tendremos algo que hacer.Fuimos y r
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El almohadón de plumaSu luna de mi
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entre las suyas la mano de su marid
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La insolaciónEl cachorro Old sali
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nas. Míster Jones fue a la chacra,
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del patio, deslumbraba por el sol a
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—¡La Muerte, la Muerte! -aulló.
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“¿Y usted no tiene cuentas con B
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la sombra.Dormían la siesta, defen
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Los cazadores de ratasUna siesta de
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llinetas, apareció en la puerta, y
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sin fin ninguno y, lo que es peor p
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—Bueno; de nuestros hijos. ¿Te g
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conciliación llegó, tanto más ef
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la cocina, Mazzini, lívido como la
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clamor bestial y fuera de toda huma
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—¡Federico! -oí la voz traspasa
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menso suspiro, el terror siempre vi
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La miel silvestreTengo en el Salto
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íos más o menos anchos. Son esenc
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nincasa, sin escudriñar, sin embar
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Mas aquello llegaba ya a la falta d
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un nimio incidente, punzando su van
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el patio, la criatura aquella, con
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sis explosivas; los nervios desorde
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La madre se puso un poco pálida, m
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Una vez solo en la calle oscura, N
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que no tiene treinta años aún...
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lorosa gravedad.—¿Hace tiempo? -
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IVDurante diez días la vida prosig
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El tren partió. Inmóvil, Nébel s
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Pero no había sentido gusto alguno
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conocido en Puerto Esperanza un vie
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tió su avance a través del chirca
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—¿Por qué no entran? -preguntó
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os, ante aquel paso que avanzaba de
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olvidándose de las vacas.Tarde ya,
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los hilos; y una vibración aguda,
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Los inmigrantesEl hombre y la mujer
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sitar en tierra sagrada el cadáver
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dimos hallar con tanta premura, una
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llevó heroicamente otra vez a la b
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Esto era lo último que se podía d
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pozo. Mamá no pensaba en nada conc
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Los pescadores de vigasEl motivo fu
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Por lo cual el mercado se realizó
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su ¡a... hijú! de triunfo. Y lueg
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palo de rosa.biblioteca ayacucho139
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Pero cuando la joya estaba concluid
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sos.—¡Un anillo! -murmuró Marí
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tante desequilibrada. Kassim esper
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se halló en pleno campo de caza. D
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hallaba rastros de apereás, agutí
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aspecto humillado, servil y traicio
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Yaguaí no estaba allí. Pero a la
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Pasó un momento.—¡Pobre Yaguaí
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y torpes siguieron ambos a las much
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que escalaba la barranca, desde cuy
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pués un hondo y largo escalofrío
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machete.—¡Volvé o te tiro! -lle
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Los dedos lívidos temblaban sobre
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cabezas más locas. El proceder es
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crisis de desgano y cansancio, y to
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adherido al gatillo. Un instante de
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inevitable, concluyó entre los die
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IVCuando se come pasto del suelo, h
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Este amigo era, como se ha dicho, u
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la orilla de las lagunas y bañados
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Véase cómo aprendí a cultivar pa
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Por el camino quemante, el sombrero
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en descanso.Me fui de allí, y, com
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tería.Pero he aquí que una noche,
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troncos en el mismo bananal de casa
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ejemplar que yo haya visto, e incon
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Le di el mercurio, y el hombre se f
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a la mañana siguiente, ni a la otr
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Pasamos un buen rato mirando el ár
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atón. No importa que la boca, la n
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Y este cuádruple paraíso ideal, s
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No ignoro que esta mi empresa sobre
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venta tal número.En lo que se equi
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-lo que no le ha impedido, a pesar
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ocupado en chismes del oficio.En la
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dos cosas:Primera. Que soy un desgr
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esistencia. Cuantas veces pueden no
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—¿Y usted escribe? -me volví a
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¿Me acompaña, Grant?—Con mucho
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Pero ella se levantaba con brusco d
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Surgen nítidas las palabras de mi
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-y no tengo además motivo alguno d
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Y su mano izquierda me tomó del ot
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—¡Pst! Soy hombre. ¿Qué soy?Y
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En la nocheLas aguas cargadas y esp
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volcar. Toda restinga, sabido es, o
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* * *Engañados respecto de los rec
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su energía. Ambos buscaron vertigi
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para conservar la distancia. No pen
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Van-HoutenLo encontré una siesta d
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mi hermano, después de concluir un
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lo vi también, pero venía dando v
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ío adentro.Para una canoa los esco
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Juan DariénAquí se cuenta la hist
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entre los hombres lo acuse; a menos
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no cuentan lo que ven, sino lo que
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ecidas que los muchachos. Quién sa
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tura, interpretara mal ese ademán
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esta mancha. Hermanos: esta noche r
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El hombre muertoEl hombre y su mach
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tendrá que cambiar...¡Muerto! ¿P
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vuelve un largo, largo rato las ore
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por no valer sin duda la pena hacer
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ambos, por cuanto nunca llegó a ve
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a Juan Brown, y perder el compás d
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Y a la mañana siguiente las vecina
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golpe su oficio por el de portero d
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amente, desde Posadas, como la noti
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puede ser eso?Y tornaba a fijar la
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AnacondaIEran las diez de la noche
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noche para ponerse en campaña. Sin
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trata de su fuerza, de su destreza,
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—¡Quién sabe! Para desgracia tu
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el Gobierno de la Nación había de
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primas: la velocidad para correr.Pe
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VIIEra la una de la tarde. Por el c
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—Para él es lo mismo que te haya
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—Está muerta, bien muerta... -mu
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de belleza, Coralina se alegraba ba
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nas entero con la mitad del cuerpo
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última, a fuer de fuerte y ágil,
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—¡Miedo, yo! -contestó Anaconda
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trepar por las piernas. Y en medio
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—¡Pero están locas! -gritó Ña
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y la cabeza erguidos sobre el cuerp
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El techo de inciensoEn los alrededo
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Bouix es un francés que durante tr
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Orgaz había probado todo lo posibl
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no perdonaba una sola página; una
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mesa afuera, bajo la atmósfera qui
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cuyos agujeros el agua entraba en b
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tonces a Orgaz, aunque sin explicar
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ato aún. Las gotas caían ahora m
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solo, con dos criaturas que apenas
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icar superfosfatos, vino de naranja
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Este problema de los tres baldes in
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y muy lluvioso el invierno. Pero cu
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* * *Al rayar el día, un hondo esc
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sin percibir en ella nada de partic
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estaban los objetos... Y la boca mu
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se detiene ya. Durante quince o vei
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de veinte años, brasileño y perfe
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caldo, fosfatearlo bien, y ponerlo
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Entretanto, el manco continuaba sol
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olvidar el aspecto puramente ideal
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Desde las tinieblas comenzaban ya a
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El YaciyateréCuando uno ha visto a
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mar huracanado, y nosotros, en dos
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Pasé por el rancho en cuestión y
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ción de las interminables sequías
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—¡Vendrán! Y antes de lo que im
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—¿Y bien? -preguntaron las besti
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de las grandes crecidas.Y cuando An
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de la cola, Anaconda mantuvo la mir
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—No lo sabemos, Anaconda.—Yo s
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sobre el rumbo a tomar.—¡Paso!
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Grandes buques -los vencedores-, ah
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ojos cerrados, muerto. Pero dentro
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—No -me respondió brevemente-. Y
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—Yo tengo la imaginación un poco
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en el semblante de la mujer que des
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los nudillos, esfumándose enseguid
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—¿Qué opina usted de esto? -me
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Llegué a casa y me bañé enseguid
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cambiábamos una que otra palabra y
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desapareció de aquí... Al regresa
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—¿Me extrañaba usted? ¿De vera
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han abrasado, alcanzando las chispa
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Para cazar en el monte -caza de pel
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olvido, demora fortuita; ninguno de
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yace al sol, muerto desde las diez
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Cuando puso el boliche, la muchacha
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ados hasta las orejas por las costa
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Pero es cierto que la guainada no q
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eloj. Esto del escape de cuerda sus
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la escopeta.Durante dos meses y en
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percepción de mi existir, pero fla
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expansión, que el sol dilata desme
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apéndice
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XNo pienses en tus amigos al escrib
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nueva retórica del cuento que nos
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Sobre El ombú de HudsonAunque el c
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estaban en uso hace tres cuartos de
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desnivel de ochocientos metros. Com
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veintiséis años Leopoldo Lugones
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poner ante el fiscal acusador las m
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cuentos434
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cuentos436
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CronologíaVida y obra de Horacio Q
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la citada novela de Nordau. Intima
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Silva” en El Gladiador.Acompaña
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1910 Acompañados por la madre de Q
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público y crítica. Comienza el pe
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se encendió.1926 Vueltos a Buenos
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con el que el escritor pretende con
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iblioteca ayacucho455
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BibliografíaObra de Horacio Quirog
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1911-1913), 1967.De la vida de nues
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268.___________. “La efectividad
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Franco, Jean. Historia de la litera
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___________. El hermano Quiroga: Ca
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Ruiz Gómez, Darío. “Horacio Qui
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Bonne, René. “Lejanía y pasión
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Chile), XIV (1951): 188-190.Galeota
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Pinto, Juan. “Horacio Quiroga: el
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Zeledón, María de los Ángeles y
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iblioteca ayacucho479
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Los mensú ........................
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116FELISBERTO HERNÁNDEZNovelas y c
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EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL(Uruguay, 19