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Patriarcas Y Profetas por Elena White

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

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En medio de la noche, al toque del cuerno de guerra de Gedeón, las tres compañías tocaron<br />

sus trompetas; y luego, rompiendo sus cántaros, sacaron a relucir las antorchas encendidas y se<br />

precipitaron contra el enemigo lanzando el terrible grito de guerra: "¡La espada de Jehová y de<br />

Gedeón!" El ejército que dormía se despertó de repente. Por todos lados, se veía la luz de las<br />

antorchas encendidas. En toda dirección se oía el sonido de las trompetas, y el clamor de los<br />

asaltantes. Creyéndose a la merced de una fuerza abrumadora, los madianitas se volvieron presa<br />

del pánico. Con frenéticos gritos de alarma, huían para salvar la vida, y tomando a sus propios<br />

compañeros como enemigos se mataban unos a otros. Cuando cundieron las nuevas de la victoria,<br />

volvieron miles de los hombres de Israel que habían sido despachados a sus hogares, y participaron<br />

en la persecución del enemigo que huía. Los madianitas se dirigían hacia el Jordán, con la<br />

esperanza de llegar a su territorio, allende el río. Gedeón envió mensajeros a los de la tribu de<br />

Efraín, para incitarlos a que interceptaran el paso a los fugitivos en los vados meridionales.<br />

Entretanto, con sus trescientos hombres, "cansados, pero siguiendo el alcance de los fugitivos"<br />

(Jue 8: 4, V.M.), Gedeón cruzó el río, en busca de los que ya habían ganado la ribera opuesta.<br />

Los dos príncipes, Zeba y Zalmuna, quienes encabezaban toda la hueste, y habían escapado<br />

con un ejército de quince mil hombres, fueron alcanzados <strong>por</strong> Gedeón, quien dispersó<br />

completamente su fuerza, y capturó a sus jefes y les dio muerte. En esta derrota decisiva, no menos<br />

de ciento veinte mil de los invasores perecieron. Fue quebrantado el dominio de los madianitas, de<br />

modo que nunca más pudieron guerrear contra Israel. Cundió rápidamente <strong>por</strong> todas partes la<br />

noticia de que nuevamente el Dios de Israel había peleado <strong>por</strong> su pueblo. Fue indescriptible el<br />

terror que experimentaron las naciones vecinas al saber cuán sencillos habían sido los medios que<br />

prevalecieron contra el poderío de un pueblo audaz y belicoso. El jefe a quien Dios había escogido<br />

para derrotar a los madianitas no ocupaba un puesto eminente en Israel. No era príncipe, ni<br />

sacerdote, ni levita. Se consideraba como el menor en la casa de su padre, pero Dios vio en él a un<br />

hombre valiente y sincero. No confiaba en si mismo, y estaba dispuesto a seguir la dirección del<br />

Señor. Dios no escoge siempre, para su obra, a los hombres de talentos más destacados sino a los<br />

que mejor puede utilizar. "Delante de la honra está la humildad." (Prov. 15: 33.)<br />

El Señor puede obrar más eficazmente <strong>por</strong> medio de los que mejor comprenden su propia<br />

insuficiencia, y quieran confiar en él como su jefe y la fuente de su poder. Los hará fuertes<br />

mediante la unión de su debilidad con su propio poder, y sabios al relacionar la ignorancia de ellos<br />

con su sabiduría. Si su pueblo cultivara la verdadera humildad, el Señor podría hacer mucho más<br />

en su favor; pero son muy pocos aquellos a quienes se les puede confiar alguna responsabilidad<br />

im<strong>por</strong>tante o darles éxito sin que confíen demasiado en sí mismos y se olviden de que dependen<br />

en absoluto de Dios. Este es el motivo <strong>por</strong> el cual, al escoger los instrumentos para su obra, el<br />

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