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EL INMENSO ESPACIO VIRTUAL DE LA <strong>VIOLENCIA</strong><br />
no hay dolor, ni indignación, no hay enojo, solo un acto indiferente ante el otro; nos<br />
damos cuenta de que los tipos podrían pegarle a un costal de papas igual que se<br />
pegan entre sí. La acción dura casi 10 minutos hasta que uno de ellos cae al suelo<br />
y ahí el vencedor lo golpea con una piedra, una, dos, tres veces. Se levanta riendo,<br />
no sabemos si ha muerto el contendiente, pero es lo de menos, recordemos que<br />
Bauman nos ha dicho que para la sociedad son «vidas inútiles», «vidas que no<br />
valen nada». Tumefacto y lleno de sangre recibe los fifty bucks. Lo inverosímil<br />
del caso es que nadie detuvo la pelea, nadie dijo nada. En el fondo del video se<br />
advierten personas que pasan indiferentes, acaso una mirada de soslayo o quizá<br />
peor: una soterrada complicidad, una indiferencia cobijada quizá por un juicio<br />
silencioso de que los que se golpean son nada.<br />
No pude seguir viendo más escenas, mi alumno me dijo que había 35 más y<br />
que tenía todo un catálogo de vídeos. Algo en mí no me permitió seguir, solo<br />
esos tres, no pude más. Me pregunté entonces cómo es que habíamos llegado a<br />
esto, cómo es que un joven de 22 años podía haber conjuntado en un video 35<br />
filmaciones como las narradas y además tenía un catálogo y se ufanaba de ello.<br />
¿Cómo podía soportar verlos? ¿Qué parte de su ser había quedado inoculado de<br />
indolencia hacia el horror que se mostraba de manera descarnada? O ¿cuál era<br />
su estructura moral que le permitía mirarlos y saber que eran reales, es decir, que<br />
no eran actuados sino que transcurrían en realidad? ¿Qué es lo que había pasado<br />
en él para poder ver los vídeos sin siquiera sentirse inquietado?<br />
En realidad no hay nada furtivo ni clandestino ni misterioso ni mucho menos<br />
enigmático, tampoco los vídeos pertenecen a algún culto ni a una cofradía,<br />
siguen estando ahí, en la red, y mediante una sola tecla abrimos YouTube y ya<br />
estamos en el esperpéntico mundo de la pantalla donde se puede encontrar no<br />
solo algunos de estos filmes sino otros más descarnados, más sádicos: hombres<br />
colgados, degollamiento en vivo a seres como nosotros y acaso algunos más<br />
suaves que tratan del bullying, o golpizas entre grupos de jóvenes (hombres y<br />
mujeres), pleitos callejeros o los anuncios de suicidios llevados a cabo generalmente<br />
por menores de 18 años. Niños que nos narran su decisión de morir. O<br />
algo mucho más angustiante: el video de una chica que grabó su propia agonía,<br />
supongo ayudada por alguien más, hasta que la vida se le escapa. Es cierto que<br />
hay algunos sitios que se han cerrado pero eso no quiere decir nada, los vídeos se<br />
reproducen, se hacen virales, se narran, se cuentan, se difunden por otras redes,<br />
se comunican. Luego de mirar, ¿cómo olvidar? Muchas veces lo he escrito, san<br />
Agustín nos hablaba de la concupiscentia oculorum, del pecado de ver, creo que<br />
san Agustín nunca imaginó que esta «lujuria de ver» sería el pecado por excelencia<br />
con el que se abriría el siglo xxi. Definitivamente, como decía Levinas<br />
con esa infinita sabiduría: «El Otro es aquello que yo no soy».<br />
Sara Sutton, apropiándose de manera extraordinaria del pensamiento de<br />
Marc Guillaume en Figuras de la alteridad, cita:<br />
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