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HABITACIONES POÉTICAS DEL ESPACIO PÚBLICO<br />
lidiar con la frecuente emergencia de todo tipo de miradas normalizadoras sobre<br />
la violencia, que son producto de una institución política de lo social; las cuales<br />
logran su mayor efecto de poder a partir del despliegue simultáneo de diversas<br />
estrategias de comunicación social o de socialización mediática, fuertemente marcadas<br />
por un instinto pornográfico que desea ver, con total hiperrealidad, las<br />
marcas que va dejando a su paso la violencia humana. 1<br />
La espectacularidad de la violencia, sin embargo, nunca ha dependido en<br />
realidad de su visibilidad, sino de los efectos de poder que produce o reproduce<br />
su montaje. Todo espectáculo tiene la capacidad de establecer una mirada<br />
común, ya que su poder performático justo consiste en producir una escena<br />
común para un determinado grupo de espectadores: tiene el poder de generar<br />
un público específico. Pero los montajes del espectáculo, mediante el diseño y<br />
el control de su espectacularidad, son los que definen el régimen de visibilidad<br />
o el dominio político de esa mirada: el carácter público del espectáculo. Es por<br />
eso que los estudios genealógicos sobre la violencia deben proponerse el análisis<br />
de su acontecimiento como montaje político y como espectáculo, pues solo así<br />
se puede hacer comprensible y cuestionable el tipo de escena (imagen-escena)<br />
y el tipo de acción política (imagen-laberinto) que subyacen en la génesis y despliegue<br />
de todo espectáculo. 2 A final de cuentas, la espectacularidad de la violencia<br />
siempre implica algo más que su mera exhibición, ya que el montaje de su<br />
espectáculo implica el desarrollo de un conjunto de técnicas de producción escénica<br />
con las que se logra establecer la acción que tiene lugar en un determinado<br />
espacio (su escena) y el espacio donde tiene lugar la acción de la escena (su<br />
escenario). La exhibición de dicho espectáculo, por el contrario, cuando deja<br />
de ser la obra de una producción escénica, de un arte de representación teatral,<br />
de una puesta en escena, no es sino el resultado de una acción publicitaria. Esto<br />
nos explica por qué los hechos de violencia no siempre son o se constituyen<br />
en un espectáculo y por qué, cuando lo son, su espectacularidad depende de<br />
la construcción política de su montaje; aunque esto, en última instancia, no<br />
siempre sea visible o evidente. La exhibición de la violencia tiene que aprovechar<br />
la espectacularidad de esta para constituirla o producirla como espectáculo<br />
1. Cf. Jean Baudrillard, De la seducción, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 33-39; Román<br />
Gubern, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, Barcelona, Anagrama, 2005,<br />
pp. 283-325 y 328-346; y Naief Yehya, Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada<br />
en los medios, México, Tusquets Editores, 2013, pp. 279-307.<br />
2. Cf. R. Gubern, Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto, Barcelona,<br />
Anagrama, 2007, pp. 8-9; donde formula la distinción que intento aplicar en el análisis<br />
entre la transparencia ostensiva e isomórfica de la «imagen-escena» (su poder de<br />
simulacro e imitación realista) y la voluntad de ocultación o cripto-simbolismo de la<br />
«imagen-laberinto» (su capacidad de disimulo simbólico u ocultamiento).<br />
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