eligiosa de Israel consignada en el Antiguo Testamento donde encontramos las claves para interpretar esta imagen del cordero. Un carnero, que es un cordero adulto, es lo que halló Abraham entre espinos para ofrecerlo a Dios en sacrificio en lugar de su hijo Isaac. La sangre de un cordero fue también la señal que salvó los hogares judíos de la última plaga contra Egipto que diezmó a sus primogénitos y doblegó al faraón, que permitió entonces la salida del pueblo elegido. Un carnero era enviado al desierto cargado con los pecados de todo el pueblo para ser devorado y así expiar las culpas. Todos ellos son figuras, imágenes que apuntan al auténtico cordero que es Cristo. Él toma el lugar de todos los hombres –el tuyo y el mío– que están condenados a la muerte por sus culpas. Él carga con nuestros pecados y los quita, los expía ofreciéndose a Dios. Todo esto es lo que encierra la frase de Juan que repite el sacerdote en cada Misa, tenlo en tu memoria y en tu corazón cada vez que la escuches. 3. Jesús es el cordero de Dios, es la ofrenda que obtiene el perdón de los pecados. Si nos quedamos solo en las consideraciones que venimos realizando, parecería que su papel en la salvación es meramente pasivo: ser ofrecido a Dios como víctima expiatoria. Más todavía si ponemos en relación, como hace el Nuevo Testamento, a este cordero de Dios con las profecías de Isaías acerca del siervo de Yahvé: Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7). Por eso en tu meditación sobre Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no debes perder de vista lo que dice el mismo Cristo sobre su muerte: Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla (Jn 10, 17-18). Jesús es el cordero que se ofrece como víctima, pero es también el Sumo Sacerdote que la ofrece porque se ofrece a sí mismo en la cruz. No pases por alto lo que dice Jesús sobre el poder que ha de tener para entregar la vida y para recuperarla. Quizá te es fácil entender el poder para recuperarla, pues es algo solo al alcance del poder divino, pero hace falta también un poder para entregarla. Un poder que es un auténtico dominio de uno mismo y un amor a Dios sincero y abierto a los demás. En el poder para recuperarla no puedes imitarle, solo Dios puede vencer a la muerte y en ese sentido solo puedes confiar en Él para vencerla tú también. Pero en el poder para entregarla sí puedes parecerte a Jesús. Pídele sin desfallecer que te conceda vivir cada día una entrega generosa en tu trabajo, tus relaciones personales, tu apostolado… Ahí tienes ocasión de seguir al cordero inmaculado que se ofrece a sí mismo a Dios. Únete a Él y ofrece lo mejor de ti mismo. EVANGELIO San Juan 1, 29-34 Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: –«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por
delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: –«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
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grito muy fuerte, salió. Todos se
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tratamientos y se había gastado en
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