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Reflexiones

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SÁBADO 27 DE ENERO<br />

1. Una perspectiva de lectura que nos puede ayudar. 2. Cristo invita a ir a la otra orilla, la suya. 3.<br />

Cristo va siempre en su barca.<br />

1. Un buen amigo que es bastante experto en vino y que tiene como afición precisamente asistir a<br />

veces a catas y eventos relacionados me explicaba cómo se juzga la calidad de un buen vino. Para<br />

empezar me insistió mucho en que había que tener en cuenta varios aspectos, que no bastaba con probarlo<br />

y fijarse en su sabor, sino que para juzgar adecuadamente había que examinarlo desde diferentes<br />

perspectivas para tratar de abarcar toda la riqueza que encierra un buen vino. Por eso hay que fijarse en<br />

su color, en el buqué –el aroma que adquiere al envejecer–, cómo se mueve en la copa, el sabor en boca,<br />

pero también cómo luego este sabor permanece y evoluciona, su cuerpo, etc. Pues con la Sagrada<br />

Escritura sucede con más razón, es tal su riqueza que hay que abordarla de muy diferentes modos para<br />

tratar de percibir la mayor cantidad de sentidos y matices. Así, sin ir más lejos, te propongo que<br />

comencemos nuestra meditación sobre el evangelio de la misa con la ayuda de san Pedro Crisólogo y una<br />

interpretación alegórica que él realiza sobre este pasaje de la tempestad: «La tarde tiene lugar cuando se<br />

anuncia la confusión de todo lo que precede al final de los tiempos y la última hora a los sentidos<br />

humanos. “Crucemos al otro lado”: de las cosas terrenas a las celestiales, de las presentes a las futuras.<br />

Ahora bien, “al otro lado”, porque las cosas divinas siempre son contrarias a las humanas; mientras estas<br />

nos conducen sometidos a la fragilidad, aquellas otras levantan hacia la virtud que prosiguen»16. Jesús<br />

invita a cruzar a la otra orilla, y esto significa tanto un nuevo sentido para tu vida, ahora se entiende como<br />

un camino para llegar a la nueva orilla que es Dios mismo, cuanto una invitación a que levantes la mirada<br />

de las cosas terrenas y te detengas en las divinas, algo en lo que justamente consiste tu oración y, en<br />

suma, toda tu vida interior.<br />

2. Navegar a la otra orilla, la orilla de la vida divina, implica hacer frente con frecuencia a la<br />

tempestad que, como en el evangelio de hoy, se levanta en tu camino. Precisamente porque, según nos<br />

recordaba antes san Pedro Crisólogo, las cosas divinas suelen ser opuestas a las humanas y terrenas, se<br />

levanta esta tempestad de viento y de olas. Quizá sientes a veces esta tempestad interiormente en tu<br />

oración cuando, por ejemplo, diriges la mirada hacia la virtud de la humildad tan contraria al orgullo y la<br />

vanidad que brotan espontáneamente de nuestro corazón; o cuando en un ambiente tan dominado por la<br />

sensualidad y la falta de pudor piensas en la virtud de la santa pureza y de cómo Cristo llama<br />

bienaventurados a los limpios de corazón porque son los que verán a Dios. Y la tentación es dar media<br />

vuelta, volver a lo que nos es confortable y carente de riesgos. Si lo piensas con honestidad, seguro que<br />

eres capaz de enumerar una pequeña lista de temas sobre los que te gusta centrar la oración porque te son

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