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derrotar al enemigo, solo la palabra de Cristo libera de las cadenas con que fuertemente sujeta el<br />
enemigo por medio del pecado. Si el poder del enemigo te supera y no lo puedes vencer solo, cuando es<br />
Jesús quien lucha por ti y contigo, nada puede hacer entonces el poder del enemigo. Acude siempre a<br />
Jesús cuando te veas acechado por las insidias del demonio, cuando tus pecados te encadenan al reino de<br />
tinieblas que él quiere para ti. No te fíes de tus fuerzas ni de tus buenas intenciones, fíate solo del poder<br />
de Jesús y corre a pedirle ayuda. Él expulsará esos demonios de tu vida como hizo con el geraseno.<br />
Recuerda que cada vez que dice sobre ti –por medio de la voz del sacerdote– «yo te absuelvo de tus<br />
pecados» pronuncia la misma sentencia de libertad que dio a aquel hombre atormentado por sus<br />
demonios.<br />
3. Si bien es cierto que no te puedes fiar de tus fuerzas y que lo que puedes, cuando luchas solo,<br />
contra el enemigo es más bien poco, también lo es que hay algo a tu alcance que goza de un poder<br />
incalculable: la súplica. Y es que el Señor ha querido atender benévolamente a quien con angustia le<br />
suplica, incluso cuando lo hace la Legión en el evangelio, rogándole que le permita meterse en los<br />
cerdos, se lo concede. Esta muestra de clemencia de Cristo, que a muchos parecería carente de sentido o<br />
incluso de justicia, es sin embargo un gesto que, si lo piensas bien, debe llenarte de confianza y alegría,<br />
mira, si no, lo que dice san Efrén al respecto: «Me tranquilizó la palabra escuchada; con lágrimas y de<br />
rodillas, supliqué a mi Señor: “Sin recurrir a llanto alguno la Legión obtuvo de ti lo que te solicitó;<br />
permíteme, pues, a mí que te suplique con llanto dejarme entrar, no en la manada, sino en el Paraíso”»19.<br />
Solo no puedes nada, suplicándolo lo puedes todo. Mira a la Virgen María, ella es la omnipotencia<br />
suplicante, y convéncete de que pidiendo puedes alcanzar todo cuanto necesitas. Aprende de María a<br />
pedir, a rogar a Dios. Y pide, no cualquier cosa, sino lo que verdaderamente importa; como leías antes en<br />
las palabras de san Efrén, pide el Paraíso, el cielo. No te conformes con menos, no apuntes a nada más<br />
bajo. Pide el cielo, pídeselo a tu Padre Dios, que está deseando alcanzártelo.<br />
EVANGELIO<br />
San Marcos 5, 1-20<br />
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago en la región de los Gerasenos.<br />
Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en las tumbas, un hombre<br />
poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado<br />
con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para<br />
domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.<br />
Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: ¿Qué tienes que ver<br />
conmigo, Jesús Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes. Porque Jesús le estaba<br />
diciendo: Espíritu inmundo, sal de este hombre. Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? Él respondió: Me