Señor, con sinceridad y sencillez, te preguntes: ¿qué siembro en mi corazón? ¿A qué propósitos y afectos doy cabida? ¿Se dirigen y orientan a Dios y lo que Él quiere de mí? Y, claro, la pregunta debe llegar aún más lejos, porque muchas veces no somos del todo conscientes de la siembra, sino que son otros los que siembran en nuestro corazón. Las personas a quienes más queremos, nuestros amigos, compañeros de trabajo o estudio, pero también las series que vemos, la música que escuchamos… todo eso es una fuente potencial de siembra en nuestro corazón. Por eso la pregunta es también: ¿qué dejo que se siembre en mi corazón? O, si lo prefieres, ¿qué o a quiénes permito influir en la semilla que echo en mi corazón? Ojalá que sea semilla de la mejor calidad, de las plantas más nobles, de los deseos más elevados, los que te llevan a Dios y a amar al prójimo. 3. En todo esto que venimos considerando hay una tentación que es clave vencer: la de dejarse llevar por las apariencias. Porque aparentemente la semilla es muy poca cosa, ¿quién diría que da lugar, si la echas en tierra y le das agua y tiempo, a un árbol frondoso? Es justamente eso lo que pasa con la semilla del reino, es como la mostaza, la más pequeña de las semillas, pero que germina y hace crecer la mayor de las hortalizas. No debes juzgar en este terreno de los propósitos y deseos del corazón según la apariencia presente, sino que has de tener en cuenta el potencial que esos deseos encierran. Has de mirar no solo a lo que hay hoy en tu corazón, sino a lo que habrá si dejas que aniden en ti esos propósitos. Estas consideraciones valen para la siembra del reino y para la del enemigo. Si consideras ese mal deseo en tu corazón poca cosa porque parece que lo dominas y no luchas decididamente por extirparlo de ti, ten cuidado, no sea que termine creciendo, sin saber tú cómo, y termine convirtiéndose en un dragón de siete cabezas que no hay manera de someter. No desprecies la siembra del pecado que es la concupiscencia y los malos deseos y combátelos a muerte. Y, en lo referente a la siembra de la santidad, no te desanimes pensando que tus propósitos son poca cosa porque se circunscriben a tus cosas cotidianas: hacer bien la cama, ofrecer tu trabajo bien hecho y con amor de Dios, o ese detalle de servicio en casa con los que tienes más cerca; todo ello parece poca cosa, como el grano de mostaza, y sin embargo, sin que sepas cómo –por la gracia de Dios–, irán creciendo y harán que fructifique en tu vida el reino de Dios. EVANGELIO San Marcos 4, 26-34 En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas: El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega. Dijo también: ¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo
en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
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