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lejano, puedas pasar por un sitio concreto y decir: «aquí fue donde conocí a Jesús por primera vez. Aquí fue donde le dije que sí». Y nunca me he separado de Él. Volver con el corazón al lugar donde le dijimos que sí a Jesús es necesario porque la vocación duele, y mucho. Decir que sí a Jesús no es sencillo y duele porque supone ser pobre y renunciar a tu criterio pero el premio es el ciento por uno y la vida eterna. Toda la eternidad con Jesús. Quien le ama lo entiende muy bien, porque en la tierra solo quiso acompañarle, anticipando así su gloria del Cielo. Por eso, si Jesús te quisiera solo para Él, vuelve, como san Juan, con tu memoria y tu corazón al lugar donde le descubriste por primera vez, recuerda que nada fue obra tuya, todo era del Cielo y no dudes. Recuérdalo siempre, donde quiera que Jesús te lleve, diez mil dificultades no constituyen una duda. 3. Unos mil cuatrocientos años los separan y los dos tenían fuego en el corazón. Tal vez uno de estos santos te suene porque hayas ido de peregrinación a su castillo. El otro, difícilmente habrás oído hablar de él. El primero es san Francisco Javier, el gran misionero al que el mundo se le quedó pequeño; el segundo es un mártir del siglo segundo que murió en el Coliseo de Roma triturado por los dientes de las fieras. Era san Ignacio de Antioquía. San Francisco Javier conoció a san Ignacio de Loyola y siendo un joven rico, apuesto y brillante en los estudios, resonó en lo profundo de su corazón aquella frase del evangelio que san Ignacio le dijo: ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma? En efecto, el joven Francisco Javier no pudo quitarse de encima aquella frase. Era Jesús por medio de san Ignacio que se lo decía. Entonces comprendió lo que tú lees en el evangelio de hoy: sígueme y te haré pescador de hombres. Le quemaba tanto su corazón por amor a Jesús que se fue a Japón pasando por el sur de África y de la India. Solo quería ganar almas para Cristo. Ese amor incondicional fue el que le llevó a pedirle a sus amigos que le escribieran sus nombres en un papel que llevaba siempre al cuello porque cuando se despidió de ellos, sabiendo que no les vería más, les dijo: «amigos, nos vemos en el Cielo». San Ignacio de Antioquía es menos conocido. Estando preso por ser cristiano para ser usado como recreo del pueblo de Roma, escribió cartas a diferentes iglesias. En una de ellas, san Ignacio se refiere a Jesús como su «inseparable vivir». Tan grande era el amor de Ignacio por Jesús que, estando encadenado y sabiendo que iba al martirio, habla de Jesús como Aquel del cual no podría separarse jamás. ¡Jesús, mi inseparable vivir! Esto es lo que Dios obra en los corazones que se fían de él: un deseo de almas enorme y un amor inquebrantable como el mundo no puede ofrecer. Y los dos, como tú, no vieron a Jesús cara a cara y lo experimentaron tan real como los primeros apóstoles. Basta con desear escuchar a Jesús. EVANGELIO San Marcos 1, 14-20
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo del Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
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