La Sirena Varada: Año II, Número 12
El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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NUEVO LAREDO - DALLAS<br />
<strong>La</strong> Suburban devoraba kilómetros por<br />
la carretera interestatal hacia San Antonio,<br />
Texas. José Ángel acompañaba a<br />
dos primos y su hermano mayor, quien<br />
al momento del cruce internacional<br />
se veía muy nervioso, pero ahora manejaba<br />
de muy buen humor y relajado.<br />
Parecían uniformados todos con pantalón<br />
de mezclilla con botones en vez<br />
del cierre normal, camisa a cuadros de<br />
colores serios y botas tipo rooper.<br />
—Wacha, carnal —le dijo su hermano<br />
mayor—. Aquí tienes que salirte a la derecha<br />
si quieres ir al downtown, porque<br />
por aquí sólo lo vamos a pasar por arriba.<br />
Habían pasado muchas veces por<br />
ahí, pero José Ángel intuyó que su hermano<br />
quería hacer plática.<br />
—¿Y ya nos vas a decir a qué vas a Dallas?<br />
—le preguntó José Ángel, mientras<br />
en el asiento trasero sus primos giraban<br />
la cabeza en espera de respuesta.<br />
—Es que allá está la feria, carnalito —dijo,<br />
formando un semicírculo con el pulgar y<br />
el índice para formar el símbolo del dinero—.<br />
Bueno, aquí y allá… hay que saber<br />
manejar las cosas<br />
—¿Qué cosas?<br />
—Eh… Pos trabajo llevando y trayendo<br />
cosas, o a veces sólo llevo los pagos.<br />
—¿Coca? —preguntó José Ángel, con<br />
cara de enfado.<br />
—¡Ah, curioso! —dijo y le empujó el<br />
hombro, con lo que rieron todos.<br />
Lo que fuera que transportara o hiciera<br />
su hermano le salía bien, aunque cuatro<br />
años más tarde le encontrarían una<br />
grandísima suma de dinero en efectivo,<br />
lo que le costaría muchos años de cárcel,<br />
puesto que para ese entonces tendría<br />
cargos por venta y distribución de droga.<br />
José Ángel se acomodó más abajo en<br />
su asiento y se quedó mirando los edificios<br />
modernos mientras pasaban el centro<br />
de la ciudad, estaba a punto de ser<br />
mayor de edad y sabía que pronto le llegaría<br />
la hora. Era la vida que conocía. <strong>La</strong><br />
única actividad que hacían cumpliendo<br />
bien la ley su familia era la cacería, por<br />
considerarlo algo de más respeto que<br />
cualquier otra diligencia. En lo particular<br />
a él le gustaba. Disfrutaba desollar los<br />
venados con la carne aun humeando y<br />
palpitante. El invierno pasado había servido<br />
de guía a un grupo de gringos que<br />
habían rentado un rancho de caza en<br />
la carretera hacia Monterrey. Le habían<br />
ofrecido el empleo a un hermano suyo,<br />
pero declinó por no hablar inglés fluido.<br />
Trabó rápidamente amistad con los<br />
gringos, por lo que tuvo la oportunidad<br />
de accionar varias armas de caza, incluyendo<br />
dar muerte a un jabalí con el arco.<br />
José Ángel terminó la preparatoria<br />
en un grupo de malandrines, pero no<br />
siguió estudiando, porque no tenía ningún<br />
sentido para él, ni siquiera le pasó<br />
por la cabeza, tampoco se le ocurrió<br />
buscar un empleo formal. Su plan era<br />
irse los inviernos con los cazadores y el<br />
resto del año cruzando inmigrantes ilegales<br />
por el río, mismo que conocía bien.<br />
Pero aspiraba a más, no quería ser como<br />
su primo que era coyote, sentía que los<br />
chivos (como le decía a los aspirantes a<br />
ilegales) se le desbalagaban mucho. «Si<br />
yo llevara el grupo —pensaba— pasaríamos<br />
rápido y sin contratiempos, claro<br />
que para eso todos tendrían que obedecerme<br />
a la perfección».<br />
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