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La Sirena Varada: Año II, Número 12

El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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daría tiempo de cerrar, salir y tomar si<br />

tenía suerte el colectivo. Esperé que<br />

repitiera sus movimientos, primero<br />

fue hacia la izquierda, volvió y ahora<br />

debía darme prisa, cuando el comenzó<br />

a caminar de nuevo me puse el abrigo,<br />

mientras el cruzaba la calle bajé la<br />

cortina metálica, puse la puerta, cerré<br />

y salí de prisa, crucé Ciudad de la Paz,<br />

el aún iba caminando de espaldas a mi,<br />

me recosté contra una puerta y esperé<br />

el colectivo 47, cuando lo vi doblar la<br />

esquina corrí hacia el cordón, el hombre<br />

ya venía de nuevo y me vio. Subí<br />

de prisa, aboné el boleto, el colectivo<br />

ya había reanudado la marcha, y desde<br />

arriba pude observar que el desconocido<br />

corría hacia la parada siguiente haciendo<br />

señas.<br />

Con mi bolso a cuestas y mi panza<br />

abriendo camino me corrí por el pasillo<br />

lleno de gente hasta el final del colectivo,<br />

en el último asiento un joven<br />

se puso de pie, en eso nos detuvimos<br />

y pensé que el había logrado subir, es<br />

así que intenté desaparecer en el asiento,<br />

por el reflejo de los vidrios pude ver<br />

que el estaba allí y por sus gestos me<br />

buscaba afanosamente entre la gente.<br />

Yo lo veía y mi niña se había puesto<br />

muy nerviosa, no dejaba de moverse<br />

como queriendo salir de allí.<br />

Cuando descendiera ya sería de noche<br />

y la parada de Roseti era muy oscura,<br />

por eso decidí bajar en Córdoba. El<br />

colectivo paró en Córdoba, cuando ya<br />

arrancaba me bajé, él no tendría tiempo<br />

para bajar.<br />

Caminé por Córdoba lo más rápido<br />

que pude, sabía que si me había visto<br />

bajaría y volvería por mí, sentía mis<br />

nervios en los movimientos de mi niña,<br />

así presa del miedo caminé una cuadra<br />

y entré en la verdulería.<br />

El dependiente me dijo—: Hola, uruguaya<br />

¿cómo anda? —a lo que respondí—:<br />

Hola, uruguayo, mal, mal —procedí<br />

a contarle lo que me sucedía, el salió<br />

a la puerta y en la calle no se veía a<br />

nadie, me trajo su banco y me dijo que<br />

me repusiera y luego veríamos. Esperé<br />

un tiempo prudencial, cuando salimos<br />

afuera en la calle se veía el movimiento<br />

habitual, así que caminé las pocas<br />

cuadras que restaban para llegar a mi<br />

domicilio.<br />

Al hombre de la campera negra nunca<br />

más lo volví a ver.<br />

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