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La Sirena Varada: Año II, Número 12

El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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Abrió los ojos en su atestado cuartucho.<br />

<strong>La</strong> noche anterior había<br />

buscado sin suerte un dibujo de su<br />

hijo Alex, su habitación era un gran cajón<br />

de sastre. En su lugar estuvo mirando<br />

las fotos que tenía de él en su móvil.<br />

Pensó que tenía que sacarle nuevas fotos<br />

la próxima vez. Desde que se separó<br />

de la madre del niño, Óscar apenas veía<br />

a Alex algunas veces al año. El desempleo<br />

crónico y vivir en diferentes puntas<br />

de la ciudad complicaba cosas. Los separaba<br />

un mundo irrespirable...<br />

Esa misma mañana Alex se despertó<br />

alegre. Había soñado con su padre<br />

subido a un pino gigante en un parque<br />

verde y extenso, como Alex no había<br />

conocido ninguno. Desde arriba su padre<br />

le gritaba: «¡Sube, sube! ¡Aquí se<br />

puede respirar!» Él lo alcanzaba agitado<br />

y reían juntos.<br />

Desde su cama miraba la ventana de<br />

la casa y sentía que algo lo llamaba a ir<br />

a la calle. Había algo que le recordaba a<br />

su padre en las calles grises. Mientras se<br />

desperezaba pensaba en salir, aunque<br />

sabía que no le dejarían por el «humo».<br />

Luego de estirarse un poco la ropa<br />

con la que había dormido vestido, Óscar<br />

se puso su máscara protectora y salió<br />

a la calle. <strong>La</strong> ciudad parecía deshabitada<br />

pero tenía la sensación de estar<br />

siendo observado. Subió al tranvía sin<br />

distraerse. Lo único que le importaba<br />

era entregarle a su hijo el sobre que llevaba<br />

en el bolsillo interior de su abrigo.<br />

Era un tesoro, tan minúsculo en tamaño<br />

como gigante en importancia.<br />

<strong>La</strong> madre de Alex preparaba el desayuno.<br />

Una pantalla la aturdía con noticias<br />

del clima. Vio que el niño se acercaba<br />

y, antes de los buenos días, le dijo:<br />

—Alex, este año tu papá no podrá venir<br />

a verte por la contaminación.<br />

—¿Contaminaqué? No sé qué es eso.<br />

—Por el humo que vemos en la tele.<br />

—Ah, vale.<br />

—Este año pasaremos las fiestas en<br />

casa. ¿Me oyes?<br />

—Está bien…<br />

Luego del tranvía, a Óscar le quedaba<br />

una larga caminata. Notó una sombra<br />

por detrás; alguien lo seguía. Entonces<br />

sí que se preocupó. Todavía estaba lejos<br />

de la casa de Alex y no sabía si iba<br />

a lograrlo. Aceleró el paso. Pero en la<br />

siguiente respiración ya sintió un caño<br />

en la espalda.<br />

—Lo que tengas, dame todo lo que tengas.<br />

Alex se tomó toda la leche de un<br />

trago largo y bajó corriendo al garaje<br />

como siempre. Pero en lugar de jugar<br />

con sus Lego, se calzó una máscara de<br />

su padrastro. Miró arriba un instante,<br />

como si hubiera podido ver a su madre<br />

a través de las paredes, y montó su bicicleta.<br />

Tomó aire profundamente y presionó<br />

el botón rojo que abría el portón.<br />

Sonó la alarma de polución en la casa.<br />

Óscar se quedaba quieto. El ladrón<br />

empezaba a zarandearlo para arrancarle<br />

el abrigo. Pensaba en el sobrecito<br />

para Alex. Quería explicarle que era<br />

una medicina para su hijo.<br />

—Bah, unas semillas de mierda —dijo<br />

el ladrón y las tiró.<br />

El padre enfureció y soltó su ira en forma<br />

de un eléctrico puñetazo directo al<br />

estómago que dobló a su enemigo. Este<br />

se revolvió de dolor pero contraatacó.<br />

El maleante hubiera podido dispararle<br />

y acabar con todo, pero en su chaqueta<br />

no había revólver, solo un metal que lo<br />

simulaba. Forcejearon. Óscar sintió que<br />

había perdido su máscara. El ladrón se<br />

la había arrancado y huía.<br />

Luego de unos minutos habiéndose<br />

deslizado en las calles que Alex creía<br />

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