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La Sirena Varada: Año II, Número 12

El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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turo recorrió con tranquilidad el pasillo<br />

que las camillas formaban, observando<br />

a las enfermeras que atendían a aquellas<br />

personas caídas en desgracia... Sin<br />

embargo, detuvo su andar en seco<br />

cuando, en una de las camillas casi al<br />

fondo del lugar, se observó a sí mismo<br />

recostado y con los ojos cerrados, vestido<br />

con una bata blanca y conectado<br />

a una de esas máquinas. Un escalofrío<br />

recorrió su espalda. Intentó acercarse,<br />

pero dudó en diversas ocasiones, la<br />

expresión en su rostro era de absoluto<br />

terror, y aunque quiso gritar, solo pudo<br />

lanzar un ligero alarido de miedo. Junto<br />

al cuerpo que parecía pertenecerle, una<br />

enfermera de piel morena revisaba el<br />

suero y aquel aparato.<br />

—¿Ya le informaron a los familiares? —exclamó<br />

un hombre mayor, obeso, calvo y vestido<br />

con una bata blanca, que se había acercado<br />

a la enfermera con mucha seguridad.<br />

—Sí, doctor, sus familiares fueron quienes<br />

lo trajeron. Su mamá ha rogado para<br />

que la dejen subir. Pobre mujer, se veía<br />

destrozada... —al escuchar aquellas palabras,<br />

Arturo corrió hacia las escaleras<br />

de forma desesperada, las recorrió corriendo,<br />

casi tropezando por momentos.<br />

Su rostro reflejaba una mezcla de desesperación,<br />

miedo e incertidumbre.<br />

Al llegar a la planta baja, corrió desesperadamente<br />

hacia las puertas donde<br />

el guardia se encontraba.<br />

—¡Eh, muchacho! ¡No corras aquí y<br />

ten cuidado de no tocar a ninguna persona!<br />

—gritó el guardia, pero Arturo ni<br />

siquiera lo volteó a ver. Al llegar frente<br />

a la farmacia, Arturo miró con desesperación<br />

hacia todos lados. Después<br />

corrió por todos los pasillos, observando<br />

a las personas que esperaban, ya<br />

fuera de pie o sentadas, su turno para<br />

recibir atención, hasta que, en una hilera<br />

de sillas, miró a Alejandra sentada<br />

junto a su madre. Él se detuvo en seco<br />

y observó como la joven la consolaba,<br />

anegada en llanto. Arturo se acercó lentamente,<br />

y se detuvo frente a ellas.<br />

—...Samuel ya no debe de tardar con<br />

sus cosas, doña Rosa. Tiene que tranquilizarse,<br />

por favor, tiene que estar fuerte<br />

para poder cuidar de Arturo... —Alejandra<br />

abrazaba a doña Rosa, mientras que ella<br />

enjugaba con regularidad sus lágrimas.<br />

—Ay, mija, es que no sé qué es lo que voy<br />

a hacer si a mi bodoque le pasa algo. Ya<br />

perdí a su papá, y ahora con esto... —doña<br />

Rosa, de nueva cuenta, enjugó sus lágrimas<br />

y seguía sollozando.<br />

—Ya escuchó lo que la enferma dijo,<br />

hay posibilidades de que su hijo salga<br />

del coma, no debe de preocuparse, tiene<br />

que confiar en los doctores.<br />

—¿Pero qué va a pasar si no despierta?<br />

Esa carnicera que se nos acercó quería<br />

que firmara para que destazaran a mi<br />

hijo y le quitaran todos sus órganos...<br />

—doña Rosa suspiró amargamente, luego<br />

continuó—. Yo no puedo dejar que<br />

le pase nada. Él... Él... —las lágrimas<br />

escurrían por el rostro de doña Rosa,<br />

mientras tanto, Alejandra seguía abrazándola,<br />

en su rostro se podía apreciar<br />

con claridad su esfuerzo para contener<br />

el llanto. Arturo se arrodilló frente<br />

a ellas, también llorando, y se acercó<br />

para poder abrazar a su madre...<br />

—<strong>La</strong> verdad yo te recomendaría que<br />

no lo hagas —dijo Selene, quien se encontraba<br />

parada detrás de él. Arturo se<br />

giró para mirarla, después se levantó<br />

de golpe y la empujó. Sus ojos, llenos<br />

de lágrimas, destilaban furia.<br />

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