La Sirena Varada: Año II, Número 12
El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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Sara, quizás por el contacto cercano<br />
conmigo, era una de las pocas que sentían<br />
devoción por la virgen María y que<br />
aceptaba acompañarme a alguna que<br />
otra ceremonia en mi iglesia católica. Y<br />
ella, que para el resto de los mormones<br />
de su grupo, era diferente, fue excluida.<br />
A ella no se le permitió ir con el resto de<br />
su familia a la iglesia de la calle Formosa.<br />
Sara quedó como yo, aislada y quizás<br />
por eso mismo, ella no se había contagiado.<br />
Mi angustia por la peculiar situación<br />
en que vivíamos se vio colmada cuando<br />
una mañana vi cómo todos los grupos<br />
de mi barrio, habían levantado muros<br />
alrededor de sus casas. Lo habían<br />
hecho sigilosamente, durante la noche.<br />
Ni un ruido de martillos o herramientas<br />
se había escuchado. Solo la insufrible<br />
música de Federico había interrumpido<br />
el silencio nocturno.<br />
Esa misma mañana comenzaron los gritos.<br />
Desgarradores y espantosos alaridos<br />
se oían por toda la cuadra. Sara me confirmó<br />
que por su barrio sucedía lo mismo.<br />
Fue la última vez que supe de mi amiga.<br />
Y de pronto, el silencio. Una calma<br />
sonora que me produjo más miedo que<br />
los chillidos.<br />
Clones.<br />
Gritos.<br />
Silencio.<br />
Muerte.<br />
En mi barrio, todos salvo Federico<br />
y el resto de los líderes de cada grupo,<br />
desaparecieron.<br />
Yo ya no salgo de casa. Sé que es lo que<br />
ellos esperan; transformarme y absorberme.<br />
Con el paso de los días, en absoluta<br />
soledad, me he descubierto pensando<br />
que no sería tan malo ir hasta la casa<br />
de Federico.<br />
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