La Sirena Varada: Año II, Número 12
El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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El padrastro le permitía a Leonardo<br />
hacer lo que quisiera. Si quería ir a la<br />
escuela, iba; y si no quería, no iba. Podía<br />
pedir, todos los días, pizzas para el<br />
almuerzo, o pollo con papás al horno<br />
para la cena. El hombre se ausentaba<br />
de la mañana a la noche, y aunque volviera<br />
temprano seguía como ausente.<br />
9<br />
Algunas semanas después, la pesadilla<br />
retomó su labor. Pero esta vez no era él<br />
quien estaba dentro del cuarto. Era Ángel,<br />
y parecía más asustado que un perro al<br />
que acaban de apalear. En cambio, Leonardo<br />
carecía de miedo. Colocaba ladrillo<br />
tras ladrillo, hilera tras hilera, con una<br />
alegría desbordante y con una habilidad<br />
que se desconocía. Hasta pensó que le<br />
gustaría ser albañil cuando fuera mayor.<br />
Y a poco, casi sin darse cuenta, halló entre<br />
sus manos el ladrillo que restaba para<br />
clausurar la abertura. Pero en lugar de<br />
colocarlo en su sitio, cortó con su cabeza<br />
la última hilacha de luz que penetraba en<br />
la habitación. Y aquel hombre que lo había<br />
acosado durante tanto tiempo desde<br />
fuera, ahora sufría como él había sufrido.<br />
No obstante, a Leonardo lo invadió de<br />
pronto un sentimiento de inesperada<br />
compasión. Por eso, sin cerrar los ojos,<br />
se apartó y dejó que luz penetrara en el<br />
cuarto. Acto seguido, con el ladrillo que<br />
halló entre sus manos, Leonardo abandonó<br />
la cama y se dirigió hacia el dormitorio<br />
de su padrastro.<br />
Calmada y decididamente.<br />
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