La Sirena Varada: Año II, Número 12
El duodécimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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Nuestra familia siempre fue pequeña:<br />
tu marido, tus dos hijos, la vecina<br />
que era tu única amiga vos<br />
y yo. Todos me esperan mientras me<br />
acerco a paso firme por el pasillo de tierra<br />
escoltado por tumbas ajenas y flores<br />
muertas. El único sonido que acompaña<br />
mis pasos es el del viento entre<br />
los árboles. El cementerio es siempre<br />
un lugar frío y ventoso. Al llegar saludo<br />
con un movimiento de cabeza al que<br />
mis sobrinos no corresponden y tu esposo<br />
ignora.<br />
El féretro se desliza hacia el interior<br />
del espacio oscuro y rectangular que<br />
será tu morada definitiva y no puedo<br />
dejarte ir sin antes preguntarte por qué<br />
no lo hiciste, por qué no trazaste un<br />
cuadrado que te protegiera; ¿no recordaste<br />
que dentro de él estarías a salvo?<br />
<strong>La</strong> noche en la que se me ocurrió la<br />
idea del cuadrado voy a recordarla por<br />
siempre; llovía a cántaros, el aguacero<br />
pegaba fuerte contra la autopista que<br />
nos servía de techo, el alrededor estaba<br />
más oscuro que de costumbre y<br />
apenas podía verte iluminada por un<br />
rayo de luz de los postes de la calle<br />
que se filtraba entre los trapos colgantes<br />
que hacían las veces de paredes<br />
en casa. Recuerdo que te tenía fuerte<br />
de la mano, que sollozabas y los dos<br />
teníamos miedo, ella había gritado y<br />
maldecido todo el día matizando sus<br />
insultos con golpes, como si la culpa<br />
de que no escampara fuera nuestra.<br />
Mamá odiaba que la lluvia espantara a<br />
sus clientes. Esos hombres de aspecto<br />
repulsivo que nos miraban con menos<br />
atención de la que le dedicaban a las<br />
ratas que nos correteaban alrededor<br />
mientras ellos se encerraban con esa<br />
mujer en la tapera. Después de un rato<br />
se iban con la misma indiferencia con<br />
la que habían llegado y era entonces<br />
cuando mamá se transformaba. Corría.<br />
Corría más rápido de lo que nunca<br />
la vi correr y cruzaba la autopista por<br />
el puente naranja. Cuando regresaba<br />
nosotros seguíamos invisibles y todo<br />
su amor era para esa bolsita de polvo<br />
blanco. Dos líneas blancas y frías que la<br />
despegaban del mundo y la paseaban<br />
por lugares hermosos. Eso decía.<br />
El cuadrado fue nuestro lugar hermoso.<br />
Lo dibujábamos con un pedazo<br />
de carbón en el suelo que tuviéramos<br />
bajo los pies y nos quedábamos dentro<br />
seguros de estar a salvo. Me creías<br />
cuando te decía que estar ahí tomados<br />
de la mano nos hacía iguales a<br />
los chicos que vivían en las casas con<br />
ventanales grandes del otro lado de<br />
la autopista que tanto nos gustaba espiar.<br />
Allí no entraban golpizas, llantos o<br />
gritos. No existían los días de buscar a<br />
esa mujer en los callejones oscuros del<br />
puerto cada vez que se perdía detrás<br />
de alguno de sus tantos príncipes de<br />
humo. No estábamos solos, no teníamos<br />
hambre o frío. No había lugar para<br />
el desamparo.<br />
<strong>La</strong> imaginación es el único escudo efectivo<br />
que tiene un niño que no tiene nada.<br />
Estoy frente a tu tumba y aunque ya<br />
no soy un niño, acaricio el marcador<br />
negro que siempre llevo en el bolsillo<br />
de mi saco conteniendo las ganas de<br />
delinear en este mismo instante cuatro<br />
líneas rectas a mí alrededor en el<br />
piso de cemento. Necesito fingir que<br />
nada de esto pasa. Los encargados del<br />
cementerio nos dan un momento de<br />
respetuosa intimidad y el silencio de<br />
los primeros segundos es un golpe de<br />
destrucción al llanto contenido de tu<br />
hija que desborda en lágrimas, en palabras<br />
entrecortadas y bronca. Toda la<br />
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