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SELVA VIDA

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Alberto Chirif<br />

AUGEs Y CAIDAs DE LAS ORGANIZACIONES INDIGENAS<br />

Las primeras protestas de los pueblos indígenas amazónicos contra el poder invasor<br />

deben haberse expresado mediante la huida sigilosa de las reducciones en las<br />

que los misioneros comenzaron a concentrarlos a partir del siglo XVII. Determinante<br />

para esto debe haber sido el haberse dado cuenta que las apreciadas herramientas<br />

de hierro había que pagarlas con trabajo cada vez más exigente y exigido por los sacerdotes<br />

mediante métodos que, paulatinamente, se hacían más violentos cuando ellos<br />

expresaban su rechazo a cumplir las imposiciones. Las extrañas muertes producidas por<br />

enfermedades hasta entonces desconocidas que cobraban características de epidemias<br />

virulentas deben haber terminado de convencerlos sobre la necesidad de remontarse<br />

para escapar de los maleficios traídos por estos seres recién llegados, cubiertos por<br />

extraños ropajes y practicantes de peregrinas costumbres, como el celibato. “¡Qué gente<br />

más rara!”, deben haber pensado los indígenas. “Seguro por eso es que no pueden<br />

hacer chacras y nos obligan a nosotros y a nuestras esposas a cumplir con esa labor”.<br />

Los mismos curas, intrigados también con esas muertes masivas, buscaron explicaciones<br />

dentro de su propio repertorio mágico. El padre Figueroa, por ejemplo,<br />

señala que las causas de esas enfermedades son ocultas y “sólo el Señor las sabe.<br />

Solamente se puede conjeturar algunas, como son el que su Divina Magestad dispone<br />

en tal tiempo essas pestes y muertes en castigo de matanzas de hombres y otros<br />

pecados passados de la nación, entresacando algunos predestinados que se bautizan<br />

en el tiempo que corre el azote de la divina justicia”. Añade más adelante otra explicación<br />

aun más sorprendente, y es que se trataría de un castigo divino pero no a los<br />

indígenas, sino a los españoles “que quieren provecho de los indios, no llebándolos<br />

por lo que es justo, según leyes de Dios; ó les dan malos exemplos y vejaciones que<br />

les hacen, con los que escandalizan”. (Figueroa 1986: 252). Extraña lógica esta de un<br />

Dios que castiga a los españoles dando muerte a los indios.<br />

El jesuita austriaco Veigl añade también una explicación a esas muertes masivas<br />

que atribuye: al “violento susto que la aparición de personas jamás vistas, por lo demás<br />

pacíficas, causa a estos salvajes” […], a “la gran voracidad propia a los indios”<br />

[…], a “los efectos de los rayos solares”, al “cambio brusco y repetido entre el extremo<br />

calor y el frío del agua” (Veigl 2006: 105-106), a la insalubridad de las riberas, “a la<br />

calidad del agua que se bebe o más bien a las densas neblinas y la naturaleza del aire”<br />

(Ibid.: 113). Remata Veigl estas ideas señalando: “Hay algunos a quienes ha ocurrido<br />

sospechar que el declarado enemigo del alma [el diablo], con el consentimiento divino,<br />

sea el causante de esta calamidad” (Ibid.: 105).<br />

De todas maneras, el balance para los misioneros es positivo, como se deduce de<br />

la siguiente apreciación en la que el padre Figueroa (1986: 193) evalúa los estragos

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