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Bolívar el martirio de la gloria

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1827<br />

—No exagere, doctor Azuero, no exagere —insistió Santan<strong>de</strong>r.<br />

—Su muerte bien pudiera ser un mal necesario —replicó Azuero.<br />

Santan<strong>de</strong>r bebió un trago para mojar sus apuros y comentar,<br />

embarazado:<br />

—Confiemos en nuestros representantes a <strong>la</strong> convención, y en los<br />

escrúpulos d<strong>el</strong> presi<strong>de</strong>nte.<br />

—Sabias pa<strong>la</strong>bras, general —dijo Soto.<br />

—También en <strong>el</strong> sur tiene lo suyo —murmuró Azuero como si hab<strong>la</strong>ra<br />

para sí.<br />

Soto levantó un pocillo y lo acercó al oído <strong>de</strong> Santan<strong>de</strong>r, midiendo<br />

sus pa<strong>la</strong>bras:<br />

—Y usted lo propio en casa <strong>de</strong> Nico<strong>la</strong>sa.<br />

—No estoy para bromas <strong>de</strong> mal gusto, doctor Soto —respondió<br />

Santan<strong>de</strong>r, <strong>de</strong>sencajado.<br />

—Preparemos <strong>el</strong> equipaje. Ocaña nos espera —intervino Azuero,<br />

conciliador.<br />

—Usted lo ha dicho, don Vicente —confirmó Soto.<br />

—¡Salud, señores!<br />

—¡Salud!<br />

Zipaquirá. Calle. Mediodía <strong>de</strong> diciembre<br />

Cabalgaba por <strong>la</strong> calle empedrada <strong>de</strong> Zipaquirá, junto a un grupo<br />

<strong>de</strong> oficiales. Los trajes militares fulguraban con <strong>el</strong> sol. Des<strong>de</strong> una esquina,<br />

al pasar los jinetes, un grupo <strong>de</strong> jóvenes profirió en gritos:<br />

—¡Abajo <strong>la</strong> tiranía!<br />

—¡Mueran los viejos <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ntes!<br />

—¡Mueran!<br />

Estremecido, palmoteó suavemente a su caballo y le miró <strong>la</strong>s altivas<br />

orejas como preguntándoles si también habían oído <strong>el</strong> vocerío. El<br />

sobresalto es interior, así lo dijeron su entrecejo, los ojos nub<strong>la</strong>dos, <strong>la</strong><br />

mirada pérdida. Acaso llegó a escuchar los ap<strong>la</strong>usos y los ¡vivas! <strong>de</strong> dos<br />

zagaletones persiguiéndole <strong>la</strong>s botas con anh<strong>el</strong>o. La premura <strong>de</strong> los jinetes<br />

<strong>de</strong>jó a los niños en medio <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle diciendo:<br />

—¡Ahí va mi tío, mi tío! ¡Ahí va mi tío!<br />

—¡Viva <strong>el</strong> tío <strong>Bolívar</strong>!<br />

-157-

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