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NIETZSCHE Y LA TRAGEDIA EN LA ÉPOCA DE LOS CENTAUROS.

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nada de lo que pertenece a la «realidad empírica» puede adecuarse. Esta<br />

realidad es la única que puede satisfacer verdaderamente las exigencias<br />

lógicas que conforman nuestro pensamiento. El carácter enigmático de<br />

toda realidad empírica procede, por lo mismo, del hecho de que ésta<br />

contradice la ley suprema de nuestro pensamiento: el principio de<br />

identidad, criterio formal y ontológico de toda realidad. En<br />

consecuencia, todo aquello que sea llamado realidad deberá coincidir<br />

con la afirmación absoluta de un principio formal.<br />

En cuanto afirmación ontológica, el principio de identidad<br />

adquiere una relevancia especial, puesto que una vez negada la<br />

posibilidad de la unión no contradictoria de lo diverso, debe negarse<br />

también la realidad de aquellas unidades múltiples que son los objetos<br />

de experiencia. Así que, entre la constitución de la realidad sensible y<br />

las exigencias del principio de la razón se abre un abismo insuperable.<br />

Para Spir la verdadera filosofía comienza precisamente con la<br />

conciencia de la contradicción esencial que alberga en sí la «realidad<br />

empírica». Contradicción que, sin embargo, la ciencia natural no<br />

advierte, puesto que nuestra actividad representativa transforma las<br />

diversas sensaciones en objetos, es decir, organiza la multiplicidad en<br />

unidad, contradiciendo explícitamente la exigencia del principio de<br />

identidad, pero logrando la apariencia de que la «realidad empírica»<br />

concuerda con la norma absoluta. En la representación, las sensaciones<br />

aparecen asociadas y sucediéndose según reglas fijas, lo que introduce<br />

un «principio de constancia», sin éste la aplicación de la norma de<br />

nuestro pensamiento al mundo del fenómeno, la aparente<br />

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