Lazarillo de Manzanares
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LAZARILLO DE MANZANARES 75<br />
Capítulo XII<br />
En que cuenta cómo asentó con un canónigo y le hizo<br />
ayo <strong>de</strong> sus sobrinos, por cuyas travesuras se quiso<br />
<strong>de</strong>spedir. Cuenta algunas <strong>de</strong>llas<br />
NO me pareció ir a las Indias por cumplir, ya que no en<br />
todo, en parte, lo que mi amo me or<strong>de</strong>nó, porque,<br />
como él me dijo, el ingenioso en España las tiene. Y si<br />
en algún tiempo había <strong>de</strong> ir era en éste, porque en él me hallaba<br />
pobre; mas un canónigo que iba a Madrid me ofreció llevarme a<br />
él y ayudarme en mi fingido negocio, y, si <strong>de</strong>spués gustaba, me<br />
volvería a Sevilla, teniéndome no por su criado, sino por su<br />
compañero. Acepté lo uno y lo otro, porque me pareció había<br />
hallado otra fortuna como la <strong>de</strong>l ermitaño.<br />
En esta casa me <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong> dar hechizos, porque yo me<br />
sentía bueno, comía y bebía bien, y dormía mejor y no tenía<br />
gana <strong>de</strong> trabajar. Estaba en compañía <strong>de</strong> mi amo una señora<br />
viuda, hermana suya, y dos sobrinos, hijos suyos, traviesos más<br />
que cuantos muchachos yo vi en mi vida. Éstos me encomendó<br />
su tío para que los llevase al estudio y repasase las liciones.<br />
Hacíanme per<strong>de</strong>r el juicio, mas con tan buen ingenio y tan<br />
graciosamente que muchas veces me entretenían. Su madre era<br />
muy buena mujer, y su hermano hombre que trataba <strong>de</strong> hacer<br />
la piedra filosofal, para lo cual le ayudaba un portugués,<br />
grandísimo bellaco, como a<strong>de</strong>lante se verá. La ida a Madrid se<br />
quedó por entonces y yo empecé a alicionar los muchachos.<br />
Sucedió, pues, que como no <strong>de</strong>jasen en casa cosa que no<br />
hurtasen ni vendiesen —<strong>de</strong> cuyas travesuras venían luego a mí<br />
las quejas—, <strong>de</strong>terminé <strong>de</strong> azotarlos, para lo cual los entré en<br />
un aposento. Luego que ellos se vieron apretados para ello, y<br />
que no eran criaturas, asiéndome <strong>de</strong> los brazos y sacando unos<br />
cuchillos largos me amenazaron con ellos, y me dio el uno con