max-lucado-aplauso_del_cielo-2 - Ondas del Reino
max-lucado-aplauso_del_cielo-2 - Ondas del Reino
max-lucado-aplauso_del_cielo-2 - Ondas del Reino
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Hasta los corazones más duros se conmoverían ante la idea de un niño que se despierta<br />
en una oscuridad tan tenebrosa que no puede encontrar cómo salir de su habitación.<br />
Salté de la cama, levanté a Andrea, saqué una linterna <strong>del</strong> lavadero, y la llevé a su<br />
cama. Mientras tanto le iba diciendo que mamá y papá estaban presentes y que no debía<br />
temer. La acomodé y le di un beso.<br />
Y eso le bastó a Andrea.<br />
Mi hija tiene los sentimientos heridos. Le digo que es especial.<br />
Mi hija está herida. Hago lo que sea para que se sienta mejor.<br />
Mi hija tiene miedo. No me duermo hasta que esté segura.<br />
No soy un héroe. No soy una superestrella. No soy raro. Soy padre. Cuando un niño<br />
sufre, un padre hace lo que le parece natural. Ayuda.<br />
Y después de ayudar, no le cobro. No le pido un favor a cambio. Cuando mi hija llora,<br />
no le digo que se ponga firme, se comporte de manera recia y mantenga el gesto adusto.<br />
Tampoco consulto un listado para preguntarle por qué se sigue raspando el mismo codo o<br />
por qué me despierta otra vez.<br />
No soy genial, pero no es necesario serlo para recordar que un niño no es un adulto. No<br />
es necesario que uno sea un sicólogo infantil para saber que los niños están «en<br />
construcción». No es necesario que uno tenga la sabiduría de Salomón para darse cuenta de<br />
que en primer lugar ellos no pidieron estar aquí y que la leche derramada puede ser<br />
limpiada así como que los platos rotos pueden ser reemplazados.<br />
No soy profeta, ni hijo de profeta, pero algo me dice que, en general, los momentos<br />
tiernos ya descritos son infinitamente más valiosos que cualquier cosa que pueda hacer yo<br />
al frente de una pantalla de computadora o de una congregación. Algo me dice que los<br />
momentos consoladores que doy a mi hija representan un costo muy pequeño para pagar a<br />
cambio <strong>del</strong> gozo de ver alguna vez a mi hija hacer por su hija lo que su padre hizo por ella.<br />
Momentos consoladores de un padre. Como padre, puede decirle que son los momentos<br />
más dulces de mi día. Se presentan naturalmente. Con gusto. Gozosamente.<br />
Si todo eso es verdad, si sé que uno de los privilegios de ser padre es consolar a un<br />
niño, ¿por qué entonces estoy tan poco dispuesto a permitir que mi Padre celestial me<br />
consuele?<br />
¿Por qué se me ocurre que Él no querría escuchar mis problemas? («Son poca cosa<br />
comparados a la gente que muere de hambre en India».)<br />
¿Por qué se me ocurre que está demasiado ocupado para atenderme? («Él debe ocuparse<br />
de todo el universo».)<br />
¿Por qué creo que está cansado de escuchar siempre las mismas cosas?<br />
¿Por qué pienso que protesta cuando ve que me acerco?<br />
¿Por qué se me ocurre que revisa su lista cuando pido perdón y pregunta: «¿No le<br />
parece que está yendo a la fuente demasiadas veces con este asunto?»<br />
¿Por qué creo que en su presencia tengo que hablar un lenguaje sagrado que no uso con<br />
nadie más?<br />
¿Por qué se me ocurre que Él no le hará, en un instante, al padre de las mentiras lo que<br />
pensé hacerle a los padres de esos bravucones <strong>del</strong> ómnibus?<br />
¿Pienso que sólo se expresaba en forma poética cuando me preguntó si las aves <strong>del</strong> délo<br />
y la hierba <strong>del</strong> campo se preocupan? (No señor.) Y si ellos no lo hacen, ¿por qué se me<br />
ocurre que yo sí lo haré? (Esteee.…) 1<br />
1 Mateo 6.28–33 .