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max-lucado-aplauso_del_cielo-2 - Ondas del Reino

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Hay algo en este asunto de ser pinchado, empujado, medido y desaguado que hace que<br />

uno se sienta como una planta de lechuga en la sección de vegetales. Me senté sobre un<br />

banquito y miré fijamente la pared.<br />

¿Me permite que le diga algo que usted ya sabe, pero quizás lo haya olvidado? Alguien<br />

de su mundo se siente como yo me sentí en ese consultorio. El trajín diario <strong>del</strong> mundo tiene<br />

la habilidad de dejamos exhaustos y agotados. Alguien de su galería de personas está<br />

sentado sobre un frío banquillo de aluminio de inseguridad, asiendo la parte de atrás <strong>del</strong><br />

camisón de hospital por temor a dejar expuesto el poco orgullo que le queda. Y esa persona<br />

necesita desesperadamente una palabra de paz.<br />

Alguien necesita que usted haga por ellos lo que el Dr. Jim hizo por mí.<br />

Jim es un doctor de un pequeño pueblo en una gran ciudad. Todavía recuerda los<br />

nombres y guarda fotos de bebés a los que ayudó a nacer en el tablero de su oficina. Y<br />

aunque usted sabe que él está ocupado, le hace sentir como si fuese su único paciente.<br />

Después de un poco de charla sin importancia y unas pocas preguntas sobre mi historia<br />

clínica, apoyó mi ficha y dijo: «Permítame que me quite por un minuto mi sombrero de<br />

médico y hable con usted como amigo».<br />

La charla duró aproximadamente cinco minutos. Me preguntó por mi familia. Me<br />

preguntó por mi trabajo. Me preguntó acerca de mi estrés. Me dijo que le parecía que hacía<br />

un buen trabajo en la iglesia y que disfrutaba de la lectura de mis libros.<br />

Nada profundo, nada entrometido. No fue más allá de lo que yo permitía. Pero tuve la<br />

sensación de que hubiese ido hasta el fondo <strong>del</strong> pozo conmigo de haber sido necesario.<br />

Después de esos pocos minutos, el Dr. Jim prosiguió con su tarea de golpearme la<br />

rodilla con su martillo de goma, mirarme la garganta, mirarme el oído y escucharme el<br />

pecho. Cuando había acabado y me estaba abotonando la camisa, se volvió a quitar su<br />

sombrero de médico y me recordó que no llevara la carga <strong>del</strong> mundo sobre mis hombros.<br />

«Y asegúrese de amar a su esposa y abrazar a esas niñas, porque en última instancia, sin<br />

ellas usted no vale gran cosa».<br />

«Gradas, Jim», le dije.<br />

Y salió tan rápidamente como había entrado… un sembrador con <strong>del</strong>antal de médico.<br />

¿Quiere ver un milagro? Plante una palabra de amor a nivel <strong>del</strong> corazón en la vida de<br />

una persona. Nútrala con una sonrisa y una oración, y observe lo que pasa.<br />

Un empleado recibe un elogio. Una esposa recibe un ramo de flores. Un pastel es<br />

horneado y llevado a la casa contigua. Una viuda es abrazada. Un empleado de estación de<br />

servido recibe honra. Un predicador es elogiado.<br />

Sembrar semillas de paz se parece a sembrar habas. Usted no sabe por qué da resultado;<br />

sólo sabe que lo hace. Las semillas son plantadas, y la tierra de heridas es corrida.<br />

No olvide el principio. Nunca subestime el poder de una semilla.<br />

Dios no lo hizo. Cuando su reino fue devastado y su pueblo había olvidado su nombre,<br />

plantó su semilla. Cuando la tierra <strong>del</strong> corazón humano se había vuelto una costra, plantó su<br />

semilla. Cuando la religión se había convertido en rito y el templo era un mercado, plantó<br />

su semilla.<br />

¿Quiere ver un milagro? Obsérvelo al colocar la semilla de su propio ser en el vientre<br />

fértil de una muchacha judía.<br />

Hacia arriba credo, «como planta tierna que hunde sus raíces en la tierra seca». 3 La<br />

semilla se pasó la vida corriendo a las piedras que intentaban mantenerla bajo tierra. La<br />

3 Isaías 53.2 , Versión popular.

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