max-lucado-aplauso_del_cielo-2 - Ondas del Reino
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como la esperanza para la humanidad y la cruz como eje de la historia. Nos dejó un legado<br />
de palabras escritas y habladas, instituciones de educación, iglesias y vidas cambiadas.<br />
Dos hombres. Ambos oradores poderosos y dirigentes de influencia. Uno rechazó a<br />
Dios; el otro lo abrazó. El impacto de sus decisiones se ve con mayor claridad en su forma<br />
de morir. Lea cómo un biógrafo hace un paralelo entre ambas muertes.<br />
Ingersoll murió repentinamente. La noticia de su muerte dejó aturdida a su familia.<br />
Su cuerpo permaneció en su casa durante varios días porque su esposa no quería separarse<br />
de él. Finalmente fue quitado por el bien de la salud de la familia.<br />
Los restos de Ingersoll fueron cremados, y la respuesta <strong>del</strong> público a su fallecimiento<br />
fue sumamente lúgubre. Para haber sido un hombre que ponía todas sus esperanzas en este<br />
mundo, la muerte resultó trágica y se presentó sin el consuelo de la esperanza[…]<br />
El legado de Moody fue diferente. El 22 de diciembre de 1899, Moody se despertó<br />
para ver su último amanecer invernal. Como durante la noche su debilidad había ido en<br />
aumento, se expresaba con palabras lentas y medidas. «¡La tierra retrocede, el <strong>cielo</strong> se abre<br />
<strong>del</strong>ante de mí!» Su hijo Will, que estaba cerca, cruzó rápidamente la habitación para estar<br />
junto a su padre.<br />
«Padre, estás soñando», dijo él.<br />
«No. Esto no es sueño, Will», dijo Moody. «Es hermoso. Es como un trance. Si esta<br />
es la muerte, es dulce. Dios me está llamando, y debo ir. No pidas que regrese».<br />
En ese instante, la familia se reunió en derredor de él, y momentos después el gran<br />
evangelista falleció. Fue su día de coronación, un día que había aguardado con expectativa<br />
durante muchos años. Estaba con su Señor.<br />
El servicio <strong>del</strong> funeral de Dwight L. Moody reflejó esa misma confianza. No hubo<br />
desesperanza. Los seres queridos se reunieron para cantar alabanzas a Dios en un triunfal<br />
culto de ida al hogar. Muchos recordaron las palabras que el evangelista había expresado a<br />
principios de ese año en la dudad de Nueva York: «Algún día leerán en los diarios que<br />
Moody está muerto. No vayan a creer una palabra de lo que lean. En ese momento estaré<br />
más vivo de lo que ahora estoy[…] Nací de la carne en 1837, nací <strong>del</strong> Espíritu en 1855. Lo<br />
que es nacido de la carne posiblemente muera. Lo que es nacido <strong>del</strong> Espíritu vivirá para<br />
siempre». 8<br />
Jesús miró a los ojos de los seguidores de Juan y les dio este mensaje. «Cuéntenle a<br />
Juan[…] los muertos resucitan». Jesús no desconocía el encarcelamiento de Juan. No estaba<br />
riego a la cautividad de Juan. Pero estaba tratando con un calabozo mayor que el de<br />
Herodes; estaba tratando con el calabozo de la muerte.<br />
Sin embargo. Jesús no había acabado. Les comunicó un mensaje más para despejar la<br />
nube de la duda <strong>del</strong> corazón de Juan: «A los pobres se les anuncian las buenas nuevas».<br />
Hace algunos meses llegué tarde para tomar un avión que partía <strong>del</strong> aeropuerto de San<br />
Antonio. No llegué tan tarde, pero sí lo suficiente para ser descartado y mi asiento cedido a<br />
un pasajero en lista de espera.<br />
Cuando la agente de boletos me dijo que perdería el vuelo, puse en funcionamiento mis<br />
mejores poderes persuasivos.<br />
—Pero el vuelo aún no ha partido.<br />
—Sí, pero usted llegó demasiado tarde.<br />
—Llegué antes de que partiera el avión; ¿eso es demasiado tarde?<br />
8 Ibid., p.69.