max-lucado-aplauso_del_cielo-2 - Ondas del Reino
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Daniel vivía en la dudad sureña de Porto Alegre. Trabajaba en un gimnasio y soñaba<br />
con poseer uno propio. El banco aceptó financiar la compra si podía encontrar a alguien que<br />
le sirviera de garante. Su hermano aceptó.<br />
Llenaron todas las solicitudes y aguardaron la aprobación. Todo marchó sin<br />
dificultades, y en poco tiempo Daniel recibió una llamada <strong>del</strong> banco diciéndole que podía<br />
pasar a retirar el cheque. En cuanto salió <strong>del</strong> trabajo, fue al banco.<br />
Cuando el agente de crédito vio a Daniel, puso expresión de sorpresa y le preguntó por<br />
qué había venido.<br />
—A buscar el cheque —explicó Daniel.<br />
—Qué extraño —respondió el banquero—. Su hermano pasó más temprano. Retiró el<br />
dinero y lo usó para cancelar la hipoteca de su casa.<br />
Daniel estaba furioso. Nunca se imaginó que su propio hermano lo engañaría de esa<br />
manera. Salió como una tromba hasta la casa de su hermano y golpeó con fuerza la puerta.<br />
El hermano abrió la puerta con su hija en brazos. Sabía que Daniel no lo golpearía si tenía<br />
en brazos a una niña.<br />
Tenía razón. Daniel no lo golpeó. Pero prometió a su hermano que si alguna vez volvía<br />
a verlo le quebraría el cuello.<br />
Daniel se fue a casa con su gran corazón herido y devastado por el engaño de su<br />
hermano. No le quedaba otra alternativa que volver al gimnasio y trabajar para saldar la<br />
deuda.<br />
Unos meses más tarde, Daniel conoció a un joven misionero estadounidense llamado<br />
Allen Dutton. Allen se hizo amigo de Daniel y le habló de Jesucristo. Daniel y su esposa<br />
pronto se convirtieron en cristianos y discípulos devotos.<br />
Pero a pesar de que a Daniel se le había perdonado tanto, igualmente le resultaba<br />
imposible perdonar a su hermano. La herida era profunda. La caldera de la venganza seguía<br />
hirviendo a fuego lento. No vio a su hermano durante dos años. Daniel no soportaba la idea<br />
de mirar al rostro <strong>del</strong> que lo había traicionado. Y su hermano sentía demasiado aprecio por<br />
su rostro como para permitir que lo viera Daniel.<br />
Pero un encuentro era inevitable. Ambos sabían que a la larga se encontrarían. Y<br />
ninguno sabía lo que ocurriría en ese momento.<br />
El encuentro ocurrió un día en una avenida muy transitada. Permita que sea Daniel el<br />
que le cuente lo sucedido con sus propias palabras:<br />
Lo vi, pero él no me vio. Sentí que mis manos se cerraban formando puños y mi cara se<br />
puso caliente. Mi impulso inicial fue tomarlo por el cuello y estrangularlo.<br />
Pero al mirar su rostro, mi enojo empezó a disiparse. Pues al verlo, vi la imagen de mi<br />
padre. Vi los ojos de mi padre. La mirada de mi padre. La expresión de mi padre. Y al ver a<br />
mi padre en su rostro, mi enemigo volvió a ser mi hermano.<br />
Daniel se dirigió hacia él. El hermano se detuvo, giró y comenzó a correr, pero era<br />
demasiado lento. Daniel extendió el brazo y lo tomó <strong>del</strong> hombro. El hermano retrocedió,<br />
esperando lo peor. Pero en lugar de que su cuello fuese retorcido por las manos de Daniel,<br />
se encontró envuelto en los grandes brazos de Daniel. Y los dos hermanos quedaron<br />
parados en medio <strong>del</strong> rió de gente, llorando.<br />
Vale la pena repetir las palabras de Daniel: «Cuando vi en su rostro la imagen de mi<br />
padre, mi enemigo se convirtió en mi hermano».<br />
Ver la imagen <strong>del</strong> padre en el rostro <strong>del</strong> enemigo. Inténtelo. La próxima vez que vea a,<br />
o piense en el que le rompió el corazón, mire dos veces. Al mirarle el rostro, busque<br />
también el rostro de Él… el rostro de Aquel que lo perdonó a usted. Contemple los ojos <strong>del</strong>