Número 12 - CCH - Universidad Nacional Autónoma de México

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prueba de mi hipótesis, porque se adapta
casi enteramente a la versión, en la cual
me baso, para decir que los mexicanos
concebíamos al hombre como motor y
materia de la creación universal. No podría
decirle si esto implica que deberíamos
de regresar más a la Coatlicue, pero
sí tratar de entenderla, analizarla y ver lo
que nos está trasmitiendo. Sería muy útil.
Cuando yo podía hacerlo, iba a menudo al
Museo de Antropología y me gustaba ver
a montones de niños viendo esto, porque
es excelente que se acostumbren a contemplar
este tipo de imágenes. Pero ya
desde ahí, los guías y los letreritos permanentemente
están dando nociones falsas.
Incluso, en mi tiempo en la escuela se
nos enseñaba que esas esculturas reproducían
figuras de monos. Y todavía en la
preparatoria nos decían que todas las esculturas
mexicanas eran necesariamente
representaciones de máscaras, y toda una
serie de nociones equivocadas. Así que
yo preferiría que llevaran a los niños al
museo, pero que no se les explicara nada,
que los dejaran que imaginen, vean y traten
de entender por sí solos.
–¿Pero esto no nos llevaría nuevamente
a casos extremos, como el de desarrollar
sólo una visión indigenista?
–No, porque la corriente del Indigenismo
también es tramposa. Mire, en México
hay diez millones, según se dice, de
indios llamados puros, a quienes se les
quiere preservar sus costumbres y, principalmente,
su lengua y lugar donde habitan.
¿Pero para qué? Para que los indios
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seamos inofensivos, porque mientras no
dominemos la lengua nacional nunca
podremos hacer nada. De qué le sirve al
indio chamula –y hablo de ellos porque
tengo esa ascendencia–, de qué le sirve
conservar su lengua tzeltal o tzotzil en los
altos de Chiapas. Sólo para vender algún
trabajo artesanal o para vender a sus mujeres
o hijas a cambio de una botella de
comiteco, porque esos son sus usos y costumbres,
y eso es lo que el Estado busca
preservar. En lugar de impulsar la idea
de que el chamula tiene el derecho, igual
que todos, de aprender la lengua nacional
para poder competir en el mundo. ¿Qué
ejemplo pondría? El de Benito Juárez.
Él aprendió latín y español y los hizo su
lengua nacional, lo que en último término
lo llevó a poder combatir y vencer a
Maximiliano. Es decir, ya no fue como
Cuauhtémoc, que tuvo que ser malamente
ahorcado por Hernán Cortés para
ver que se había equivocado; no, el indio
Juárez aprendió lo necesario para combatir,
y aprendió el español como arma y
así lo usó. Ese es el modelo que nos ha
propuesto: tomar lo mejor de la cultura
universal, aprender todo lo que sea necesario
para nuestro desarrollo y enfrentarnos
al mundo con sus propias armas; ya
sea dominando otros idiomas, alcanzando
un mejor grado de estudios o utilizando
la mejor tecnología.
El poeta vuelve a detener el avance de
sus pensamientos. Bonifaz Nuño recuerda
la pregunta originaria, y reinicia.
–Pero como decía, aparte de esos diez
millones de indios a quienes se quiere li-
ritmo / nueva época
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