Número 12 - CCH - Universidad Nacional Autónoma de México

se dirige con sus compañeras a la playa,
siente la arena caliente y fresca en los pies
desnudos, y se introduce con algarabía con
ellas en las aguas del río Eurotas. Un día un
extranjero de Atenas, Teseo, mientras ella
juega desnuda en la palestra con varones
desnudos, se detiene, observa su rubio, rizado
cabello que le llega hasta la cintura, su
piel blanca reluciente de aceite, sus mejillas
quemadas con fuego, sus ojos color del mar
y su rostro cautivador, mira a la hembra más
hermosa de Esparta y del mundo.
Él es el primer amante que conoce la
impúber de doce y el de cincuenta años,
la sodomiza antes del matrimonio para que
conserve “alguna chispa de deseo y gracia”
como era costumbre entre los espartanos, y
la encierra en la roca de Afidna, hasta donde
llegan sus hermanos Castor y Pólux, la rescatan
y devuelven a su casa paterna.
En Esparta admira ante el espejo su piel
lisa, coloca el rubor en sus mejillas, se pinta
cejas y pestañas, peina su cabello, aplaca un
rizo rebelde con el peine, corona su cabeza
con la diadema de oro, se coloca los brazaletes
que amarran su piel, las sandalias que
enreda a sus piernas como hiedras, se sabe
dueña de sí misma, la más bella de las mujeres,
la manzana más codiciada, sale, ve a
treinta y ocho pretendientes, reyes y príncipes
de Grecia, que llegan a palacio a pedir
su mano, elige a Menelao por esposo con
quien engendra tres hijos: Hermione –de
nueve años cuando huye con Paris–, Etiolao
y Plístenes. Luego huye de noche o rapta
a Paris y tiene otros cuatro hijos: Bunico,
Ágano e Ideo, que mueren en Troya aún
siendo niños de pecho, y su hija Helena.
Diez años más tarde, después de la
guerra de Troya, llega Telémaco a Esparta,
ritmo / nueva época
imaginación y crítica
la ve ataviada con un peplo brillante, pendientes
en forma de figuras, collares de
oro en su garganta, sostiene en la mano
un huso de oro sentada junto a Menelao
en una silla taraceada, apoyando los pies
en un escabel, su esposo la observa con
una mirada feliz y ofuscada. Llega la noche,
Helena se aleja envuelta en su largo
peplo hacia los aposentos interiores, se
mira ante el espejo, mira una pequeña
arruga que sale del párpado y antes de
que se convierta surco, grieta imborrable,
se coloca una mascarilla de miel de élide y
manzanilla de prado; su esposo despide al
visitante, se acuesta a su lado y se deleitan
con el dulce sueño.
Ella, después de la muerte de Menelao,
se siente asediada por sus hijastros, Nicóstrato
y Megapentes, que la odian, escapa
sola hasta Rodas donde reina Polixo,
su amiga de infancia ahora viuda, quien
la acoge con amabilidad para vengar a
su marido Tlepólemo, muerto en Troya.
Tendida en el baño la sorprenden las criadas
de Polixo, la cogen desnuda, la sacan
goteando agua, la arrastran y la cuelgan
de un árbol; junto al plátano donde la encuentran
ahorcada. Los rodios fundan el
santuario Helena Dendritis o Helena del
Árbol, con la inscripción: “Adórame, soy el
árbol de Helena”.
La noche que arde Toya, Menelao,
que había ido “para llevarse a esa desdichada
–pues no me place dar el nombre
de esposa a la que un día lo fue mía” 2 –,
se precipita furioso matando a diestra
y siniestra, avanza hacia los aposentos,
mata a Deífobo ebrio en el lecho de He-
9 Eurípides, op. cit., versos 870-875.
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