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maquetacion diciembre 2007 - Diverdi

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GM.ES: Después de dedicar tantos años de investigación<br />

a establecer la verdad sobre todo lo concerniente<br />

a la vida y obra de Mahler, ¿cuáles son los<br />

aspectos que todavía necesitan ser investigados o estudiados<br />

o las cuestiones que son realmente merecedoras<br />

de un estudio más a fondo?<br />

d.L.G.: ¡Si tuviese más tiempo podría encontrar<br />

muchísimos aspectos! Pero en este momento se me<br />

ocurre uno al cual planeaba dedicarle un apéndice<br />

de mi cuarto volumen pero que finalmente tuve que<br />

descartar, pues no encontré suficiente material:<br />

¡“Los instrumentos de la orquesta en tiempos de Mahler!”<br />

¿Eran diferentes de los nuestros? ¿Variaban<br />

mucho de un país a otro? ¿Se debería intentar reconstruir<br />

una orquesta mahleriana típica para revivir<br />

su sonido original? ¿Se deberían separar los<br />

primeros de los segundos violines? ¿Era realmente<br />

el vibrato una tradición posterior, desconocida en<br />

tiempo de Mahler, tal como algunos directores parecen<br />

hoy creer firmemente?<br />

GM.ES: Una última observación. Para el público español<br />

sin duda será grato conocer que usted ama mucho<br />

la música de Falla y que si no me equivoco<br />

conoce bien a su sobrina.<br />

d.L.G.: La sobrina y heredera del gran Manuel es de<br />

hecho una de mis amistades más cercanas y queridas.<br />

Gracias a ella di hace varios años dos conferencias<br />

en Madrid. Acudió bastante público y pronto<br />

fueron seguidas por la publicación de varios artículos<br />

en Scherzo. Maribel de Falla también llamó mi<br />

atención hacia un extraordinario y poco conocido<br />

artículo de Felipe Pedrell, el cual resulta haber sido<br />

uno de los “profetas” mahlerianos. También he disfrutado<br />

la amistad del compositor Luis de Pablo.<br />

Nota de la redacción<br />

Henry-Louis de La Grange © <strong>2007</strong><br />

La presente entrevista es una versión reducida de la que<br />

el lector interesado puede hallar acudiendo al sitio web<br />

gustav-mahler.es, un punto de encuentro inexcusable<br />

para todos los mahlerianos que se expresan en castellano.<br />

Queremos desde aquí manifestar nuestro agradecimiento<br />

a su director, Manuel del Río, a Pablo<br />

Sánchez-Quinteiro, autor y responsable de la entrevista,<br />

así como al propio Henry-Louis de La Grange, por<br />

su amabilidad al permitirnos reproducir su contenido<br />

en estas páginas.<br />

165 / <strong>diciembre</strong> <strong>2007</strong><br />

“La crónica de la carrera americana de Mahler ha sido<br />

desafortunadamente distorsionada, especialmente en la<br />

literatura musical americana, cuando esta etapa no fue<br />

en absoluto el triste y desastroso fracaso que tantos<br />

autores han descrito.”<br />

“Chevalier” de La Grange<br />

José Luis Pérez de Arteaga<br />

Hace años, cuando las relaciones entre ambos eran, por decirlo con suavidad, “poco<br />

gratas”, Donald Mitchell se refería –y así aparece en varias ocasiones en Gustav Mahler:<br />

The Wunderhorn Years (Faber & Faber, Londres 1975)– a su colega francés como<br />

el “Baron de la Grange”; tal forma de dirigirse al musicólogo no pretendía ser respetuosa,<br />

antes al contrario. Pero, paradojas del saber, esa alusión a los orígenes aristocráticos<br />

de La Grange no hace sino justicia a la elegancia en el trato, la cortesía natural,<br />

la sapiencia sencilla y la cordialidad serena que son marchamo de la personalidad del<br />

erudito, al que tan perfectamente define Pablo Sánchez Quintero en la introducción<br />

a su espléndida entrevista: “un hombre cercano y generoso”.<br />

Henry-Louis de La Grange. 83 años, de los cuales más de 50 los ha dedicado, sin<br />

descanso y con pasión, al estudio de la figura de Gustav Mahler. No es un chiste o una<br />

frase exagerada: La Grange sabe tanto sobre Mahler como sólo Mahler ha podido conocer<br />

de sí mismo. A veces me hago una pregunta sin respuesta: ¿tenemos derecho a<br />

saber tanto sobre otras personas? Casi conocemos la vida sexual de Mahler de pe a<br />

pa, desde sus desahogos con cantantes de ópera –el, perdónese la expresión, “género”<br />

de consumo erótico que tenía más a mano– hasta las horas tristes de la aventura<br />

de Alma con Walter Gropius. El caso es que, cuando quien nos lo cuenta lo hace desde<br />

tal afecto, respeto y admiración por el biografiado, parece que existiese una evanescente<br />

bula sobre la materia. La Grange siempre te tiene en vilo con algunas de sus<br />

aportaciones o descubrimientos, y muchas veces te emociona con lo que te desvela.<br />

El último volumen de ese “opus magnum” indispensable que es su biografía de<br />

Mahler –es mucho más que una biografía, pero vamos a llamarlo así– contiene elementos,<br />

como siempre en La Grange, tan revolucionarios como esclarecedores. Y hay algo<br />

que sólo los que han tenido la fortuna enorme de conversar sobre Alma Mahler con<br />

el autor pueden entender: una suerte de armisticio, de pacificación, entre la viuda del<br />

compositor y La Grange. Nuestro hombre se ha pasado media vida, digámoslo con<br />

donosura, “poniendo a Alma en su sitio”, no por antipatía o encono, sino por prurito<br />

de científico: el tropel de inexactitudes que el cónyuge supérstite fue dejando, tras<br />

la muerte de Mahler, acerca de su marido y de su obra es, utilicemos otra expresión<br />

dulcificada, como poco colosal. Pero en este cuarto tomo –y aquí la publicación de los<br />

diarios del personaje a cargo de Antony Beaumont ha tenido tanta influencia como la<br />

edición de la correspondencia con Gropius– Alma, como el propio Mahler en esa fase<br />

final de su vida, adquiere una humanidad a ratos emotiva, con ese último año en América<br />

en el que el compositor recupera a su mujer. Alma deja de ser la, tantas veces vituperada,<br />

“pre-viuda alegre” que espera el desenlace para irse por fin con “el otro”, para<br />

mutarse en un ser humano que acepta y asimila el “amor nuevo” del marido y que adquiere<br />

definitivamente conciencia de la grandeza del personaje, por lo que el agravamiento<br />

de Mahler y su muerte la sorprenden/afectan como un mazazo. Por ello esa<br />

obsesión, casi conseguida, de que la posteridad ignorara la naturaleza de su relación<br />

con Gropius en vida de Mahler; de hecho, Anna, la hija, sólo se enteró de que su madre<br />

había sido amante del fundador de la Bauhaus en los años 80 del pasado siglo, por<br />

los trabajos de Reginald Isaacs en su biografía de Gropius. Y es, hermosa paradoja,<br />

La Grange, tantas veces “anti-Alma”, quien nos descubre esa parte última, esencial,<br />

de la historia.<br />

Obra “indispensable”, repitamos la idea. ¿Cuántas generaciones harán falta para<br />

que aparezca en castellano una edición de la obra de La Grange? Con la excusa de que<br />

“se puede leer” en francés o en inglés, ¿soslayaremos la vergüenza de que el texto (gigantesco,<br />

sí, o mejor: desde luego) más importante sobre Mahler esté virgen de traducción<br />

española? Lo peor –o sea, más que malo– es que ésta es también una pregunta<br />

sin respuesta.<br />

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