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EN BUSCA DE UN DIÁLOGO<br />

RESEÑA DE LIBRO<br />

Gregor Sauerwald*<br />

Anchustegui Igartua, E. (2013). El tiempo de la filosofía política. Arequipa/Perú: Editora y<br />

Librería Jurídica Grijley EIRL<br />

En un “Prefacio” su<br />

autor, economista de la Pontificia<br />

Universidad Católica del Perú, a<br />

pesar de su “reiterada resistencia<br />

a elaborar un texto sobre un<br />

campo temático que no es el de<br />

mi competencia profesional”, lo<br />

hizo finalmente. Su siguiente<br />

constatación, sin embargo, una<br />

tesis central respecto a “El tiempo<br />

de la filosofía política”, que “no<br />

es una disciplina meramente<br />

normativa, sino también<br />

explicativa o comprensiva” (13),<br />

parece acertada. Se festeja al final<br />

la llegada de “El tiempo de la<br />

filosofía política” al Perú, con el<br />

fin de “debatir (por quienes<br />

deseen) sobre la mejor manera de<br />

entender la realidad política de<br />

los países” (16-17). El rico<br />

panorama así presentado que la<br />

obra de Anchustegui nos ofrece,<br />

nos invita a dos preguntas: 1.<br />

¿Qué trae nuestro autor como<br />

viajero en su mochila al llegar en<br />

2013 al Perú para ofrecer a sus<br />

colegas latinoamericanos? y 2.<br />

¿Cómo piensa invitarles al<br />

diálogo sobre lo que el Norte<br />

podría brindar al Sur?<br />

1. La obra “El tiempo de<br />

la filosofía política”, que articula<br />

en tres capítulos su abundante<br />

reflexión sobre el tema,<br />

dedicando el primero a “Objeto y<br />

Tareas”, el segundo al “Ámbito<br />

Político y la Acción Política” y el<br />

tercero a “Cuestiones”, tiene una<br />

“Introducción” que da<br />

informaciones al lector sobre lo<br />

que puede esperarse a lo largo de<br />

ese trabajo. El primer nombre que<br />

aparece allí, con cuya obra se<br />

pretende inaugurar aquel nuevo<br />

tiempo, el de la filosofía política,<br />

es J. Rawls, su “Teoría de la<br />

justicia” de 1971, “inicio de una<br />

etapa de reflexión fecunda y de<br />

institucionalización disciplinar”<br />

16<br />

por “el desplazamiento de la<br />

filosofía por la política” y la<br />

política “convert(ida) en un<br />

marco de fundamentación para la<br />

filosofía” o tout court, “la política<br />

como un fundamento de la<br />

filosofía”, para que queden<br />

“cuestionadas la ontología o la<br />

epistemología” (19-20).<br />

Confirmada la tesis por un tal J.<br />

M. Bermudo, nuestro autor se<br />

siente obligado a recurrir en<br />

seguida a una segunda autoridad<br />

filosófica occidental, ésta con<br />

otro principio que no es la<br />

justicia: es la “útil propuesta<br />

habermasiana que considera<br />

prioritario el desarrollo de la<br />

acción comunicativa” (21). Pues<br />

prioridad, criterio para discernir<br />

lo fundamental, implica que el a<br />

priori antropológico, para<br />

retomar a Kant, inspiración para<br />

Habermas, es lo comunicativo y<br />

no lo justo. Ya podemos anotar<br />

que en esta búsqueda de lo<br />

fundamental, esta recepción de<br />

Habermas, su teoría de la<br />

comunicación y ética del<br />

discurso, de constante<br />

importancia en el correr de la<br />

obra, termina en 1999, así la<br />

voluminosa bibliografía (189-<br />

228). Quedan ignoradas la<br />

importante obra “Entre<br />

naturalismo y religión -<br />

Disertaciones filosóficas"<br />

(Frankfurt/M 2005) y la gran<br />

discusión que un nuevo<br />

Habermas logró desatar con su<br />

invitación a un necesario diálogo<br />

con las religiones en Europa,<br />

documentada en la revista<br />

“Claves de razón práctica” (N°<br />

179, 180 y 181, Madrid 2008), y<br />

su sorprendente relativización del<br />

a priori comunicativo de la<br />

filosofía política, ahora sólo al<br />

servicio de aquel diálogo en<br />

busca de una praxis solidaria;<br />

pues las religiones son fuentes<br />

concretas de inspiración para<br />

generar aquella solidaridad<br />

anhelada, también desde una<br />

fundamental lealtad, una lealtad<br />

republicana que igualmente<br />

conjura el filósofo vasco (168-<br />

187).<br />

El colega, por su parte, también<br />

insiste en una cierta unidad de lo<br />

político con lo empírico y lo<br />

ético, pero al terminar el capítulo<br />

sobre “Objeto y Tareas”, al<br />

hablar de “Otros retos actuales de<br />

la filosofía política”, declara de<br />

manera tajante al cerrar una rica<br />

discusión sobre la actual filosofía<br />

política: “Hoy no existe un<br />

principio universal para la<br />

obligación política.” El criterio<br />

decisivo para él es lo “formal,<br />

dejando suficientes espacios<br />

morales para ser rellenados de<br />

distintas maneras por diferentes<br />

cuerpos ciudadanos”, lo que<br />

implica borrar como principios<br />

“ideas como las de igualdad y<br />

justicia (porque) generan<br />

complicaciones” (77). Sin<br />

embargo, al exigir al final del<br />

capítulo sobre el objeto y las<br />

tareas de la filosofía política, una<br />

toma de conciencia de los “retos<br />

de la filosofía política del<br />

presente y del futuro”, reclama de<br />

manera alentadora: “recuperar la<br />

dignidad de la actividad política”<br />

y “extender los derechos<br />

humanos“, un alegato a la<br />

dignidad humana, un<br />

reconocimiento de los derechos,<br />

lo que indica algo principal y<br />

universal en la tradición kantiana,<br />

Achtung en Kant, respeto como<br />

Abbruch der Selbstliebe,<br />

demolición del amor propio,<br />

presente en Habermas y conditio<br />

sine qua non del a priori<br />

comunicativo. Pero brilla por su<br />

ausencia la nueva recepción de<br />

Hegel: un Hegel casi<br />

materialista: Honneth, A. (1992,

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