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de la persona, del investigador, un ser sabe<br />

y anhela mutar según junto a su entorno.<br />

En este sentido, decimos que el espacio<br />

como potencia sensible, actúa como un<br />

maestro particular que se comunica a<br />

través de nuestros sentidos, a través de lo<br />

gustativo, olfativo, táctil, auditivo y visual.<br />

Experimentar el espacio como un<br />

envoltorio cromático, nos sumerge dentro<br />

de una dimensión imaginal que enriquece<br />

nuestro existir. El color es un pasaje<br />

sensible que torna lo ordinario en<br />

extraordinario, haciendo de nuestros<br />

trayectos vitales, destellos vivos. Respirar<br />

confundidos en esta película sensible, nos<br />

va conformando y va singularizando<br />

nuestros eventos habituales. De este modo,<br />

los imaginarios personales pueden<br />

entenderse como realidades enriquecidas<br />

por una inevitable correspondencia<br />

cromática. Vivir es sumergirse en un<br />

espacio de relaciones que si bien nos<br />

limitan, simultáneamente hacen posible<br />

nuestro desarrollo. Los trayectos vitales<br />

quedan así iluminados, coloreados,<br />

patinados o envueltos por una textura<br />

simbólica que les hace fértiles. De esta<br />

manera descubrimos que los colores<br />

modelan todo lo existente, realidad que<br />

implica la profundidad de nuestra vida<br />

inconsciente. La superficie profunda de la<br />

vida compartida, nos conforma como seres<br />

ligados paralelamente a nuestro universo<br />

interior y exterior, es decir, a nuestra<br />

persona social. El color es un epitelio<br />

sensible o simbólico que arquea nuestros<br />

hábitos y pensamientos, es una materia<br />

inmaterial que hace posible la emergencia<br />

de un espacio imaginal que nos conforma.<br />

Donde la superficie profunda de nuestras<br />

vidas, emerge como un trayecto multicolor<br />

o mágico que participa del<br />

reencantamiento de lo ordinario. Lo<br />

intenso del existir dentro del espacio vital,<br />

de nuestra naturaleza social, es potenciado<br />

por este epitelio sensible o cromático que<br />

nos nutre. Su aparición sorpresiva crea<br />

espacios que nos modifican para siempre,<br />

generan experiencias que hacen que<br />

seamos quienes somos. A modo de<br />

ejemplo, puedo decir que la pintura mural<br />

que realicé en 1992 con el IENBA,<br />

UDELAR, no solamente cambió una<br />

organización arquitectónica de la ciudad,<br />

sino que reconformó radicalmente el ser de<br />

todos los que participamos de esta<br />

experiencia viva e intensa (profesores,<br />

estudiantes y vecinos). El espacio<br />

cromático conforma e impulsa nuestro ser,<br />

más aún si hemos participado de su<br />

concepción y realización. Descubrir esta<br />

piel cromática activa, espacial y encarnada<br />

en lo cotidiano, hace posible deslizarse por<br />

los pasadizos de lo real hacia otros parajes<br />

de la existencia. La materia sensible, el<br />

color, el espacio, nos va configurando<br />

silenciosamente, nos va transportando<br />

hacia los enigmas de la vida, es decir, hacia<br />

un conocimiento sensible compartido. De<br />

la mezcla heterogénea de lo real, emerge el<br />

color imaginal, esta energía espiritual cuya<br />

presencia viva y simbólica nos imanta y nos<br />

invita a nacer colectivamente. El color<br />

inseparable del espacio y de la persona, nos<br />

revela la presencia silenciosa de un arco iris<br />

sensible que nos conforma. Realidad<br />

dinámica, cambiante y envolvente que<br />

aparece como oportunidad de errar en el<br />

arcano del presente, por ende, en un<br />

espacio sistémico que nos invita a la<br />

liturgia de estar juntos viviendo,<br />

conociendo.<br />

Ser el color<br />

El territorio como dimensión<br />

cromática que nos conforma, tiñe nuestras<br />

vidas, experiencias, búsquedas y<br />

resultados. Conocer el mundo a través de lo<br />

sensible, es una oportunidad cotidiana, una<br />

ceremonia sensual y comprensiva que nos<br />

funde con el espacio. El lugar como<br />

conocimiento nos seduce, encanta, imanta,<br />

envuelve y conforma. Los sitios virtuales<br />

son experiencias dinámicas con ciertos<br />

condicionamientos, que participan en la<br />

transformación de nuestros hábitos. El<br />

espacio virtual entendido como ciudad<br />

interior (Vayreda, Vendrell y Vallés,<br />

2012: 104), como una experiencia colectiva<br />

material y digital, ofrece múltiples<br />

vivencias que encantan nuestro presente<br />

relacional. A pesar de sus condicionantes<br />

aparecen azarosas relaciones<br />

interpersonales que van modelando las<br />

personas, sus costumbres. Ser el lugar,<br />

evidencia una unión entre persona y<br />

espacio. Lo interior y lo exterior se funden<br />

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