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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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Adviento, encontró a Sierva María en la barraca de las esclavas, entre media docena<br />

de jóvenes negras que dormían en hamacas entrecruzadas a distintos niveles. Las<br />

despertó a todas para impartir las normas del nuevo gobierno.<br />

«Desde esta fecha la niña vive en la casa», les dijo.<br />

«Y sépase aquí y en todo el reino que no tiene más que una familia, y es sólo de<br />

blancos».<br />

La niña resistió cuando él quiso llevarla en brazos al dormitorio, y tuvo que hacerle<br />

entender que un orden de hombres reinaba en el mundo. Ya en el dormitorio de la<br />

abuela, mientras le cambiaba el refajo de lienzo de las esclavas por una camisa de<br />

noche, no logró de ella una palabra. Bernarda lo vio desde la puerta: el marqués<br />

sentado en la cama luchando con los botones de la camisa de dormir que no pasaban<br />

por los ojales nuevos, y la niña de pie frente a él, mirándolo impasible. Bernarda no<br />

pudo reprimirse. «¿Por qué no se casan», se burló y como el marqués no le hizo<br />

caso, dijo más:<br />

«No sería un mal negocio parir marquesitas criollas con patas de gallina para<br />

venderlas a los circos».<br />

Algo había cambiado también en ella. A pesar de la ferocidad de la risa su rostro<br />

parecía menos amargo, y había en el fondo de su perfidia un sedimento de<br />

compasión que el marqués no advirtió.<br />

Tan pronto como la sintió lejos, le dijo a la niña:<br />

«Es una gorrina» .<br />

Le pareció percibir en ella una chispa de interés:<br />

«¿Sabes lo que es una gorrina», le preguntó, ávido de una respuesta. Sierva María<br />

no se la concedió. Se dejó acostar en la cama, se dejó acomodar la cabeza en las<br />

almohadas de plumas, se dejó cubrir hasta las rodillas con la sábana de hilo olorosa<br />

al cedro del arcón sin hacerle la caridad de una mirada. Él sintió un temblor de<br />

conciencia:<br />

«¿Rezas antes de dormir»<br />

La niña no lo miró siquiera. Se acomodó en posición fetal por el hábito de la hamaca<br />

y se durmió sin despedirse. El marqués cerró el mosquitero con el mayor cuidado<br />

para que los murciélagos no la sangraran dormida. Iban a ser las diez y el coro de las<br />

locas era insoportable en la casa redimida por la expulsión de los esclavos.<br />

El marqués soltó los mastines que salieron en estampida hacia el dormitorio de la<br />

abuela, olfateando las hendijas de las puertas con latidos acezantes. El marqués les<br />

rascó la cabeza con la yema de los dedos, y los calmó con la buena noticia:<br />

«Es Sierva, que desde esta noche vive con nosotros».<br />

Durmió poco y mal por las locas que cantaron hasta las dos. Lo primero que hizo al<br />

levantarse con los primeros gallos fue ir al cuarto de la niña, y no estaba allí sino en<br />

el galpón de las esclavas. La que dormía más cerca despertó asustada.<br />

«Vino sola, señor», dijo, antes de que él le preguntara nada. «Ni siquiera me di<br />

cuenta».<br />

El marqués sabía que era cierto. Indagó cuál de ellas acompañaba a Sierva María<br />

cuando la mordió el perro. La única mulata, que se llamaba Caridad del Cobre, se<br />

identificó tiritando de miedo. El marqués la tranquilizó.<br />

«Encárgate de ella como si fueras Dominga de Adviento», le dijo.<br />

Gabriel García Márquez 19<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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