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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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La mitad del tiempo la pasaba entonces en el trapiche de Mahates, donde estableció<br />

el núcleo de sus asuntos por la cercanía del río Grande de la Magdalena para el<br />

tráfico de todo con el interior del virreinato. A la casa del marqués llegaban noticias<br />

sueltas de su prosperidad, de la cual no rendía cuentas a nadie. En el tiempo que<br />

pasaba aquí, aun antes de las crisis, parecía otro mastín enjaulado. Dominga de<br />

Adviento lo dijo mejor: «El culo le cabía en el cuerpo».<br />

Sierva María ocupó por primera vez un lugar estable en la casa cuando murió su<br />

esclava, y arreglaron para ella el dormitorio espléndido donde vivió la primera<br />

marquesa. Le nombraron preceptor que le impartió lecciones de español peninsular y<br />

nociones de aritmética y ciencias naturales. Trató de enseñarle a leer y escribir. Ella se<br />

negó, según dijo, porque no entendía las letras. Una maestra laica la inició en la<br />

apreciación de la música. La niña demostró interés y buen gusto, pero no tuvo<br />

paciencia para aprender ningún instrumento. La maestra renunció sobrecogida y dijo<br />

al despedirse del marqués:<br />

«No es que la niña sea negada para todo, es que no es de este mundo».<br />

Bernarda había querido apaciguar los propios rencores, pero muy pronto fue<br />

evidente que la culpa no era de la una ni de la otra, sino de la naturaleza de ambas.<br />

Vivía con el alma en un hilo desde que creyó descubrir en la hija una cierta condición<br />

fantasmal. Temblaba sólo de pensar en el instante en que miraba hacia atrás y se<br />

encontraba con los ojos inescrutables de la criatura lánguida de los tules vaporosos y<br />

la cabellera silvestre que ya le daba a las corvas. «Niña!», le gritaba, «te prohíbo que<br />

me mires así!». Cuando más concentrada estaba en sus negocios sentía en la nuca el<br />

aliento sibilante de serpiente en acecho, y daba un salto de pavor.<br />

«¡Niña!», le gritaba. «Haz ruido antes de entrar! »<br />

Ella le aumentaba el susto con una retahíla en lengua yoruba. De noche era peor,<br />

porque Bernarda despertaba de golpe con la sensación de que alguien la había<br />

tocado, y era que la niña estaba a los pies de la cama mirándola dormir. Fue inútil el<br />

intento de la esquila en el puño, porque el sigilo de Sierva María le impedía que<br />

sonara. «Lo único que esa criatura tiene de blanca es el color», decía la madre. Tan<br />

cierto era, que la niña alternaba su nombre con otro nombre africano que se había<br />

inventado: María Mandinga.<br />

La relación hizo crisis una madrugada en que Bernarda despertó muerta de sed por<br />

los excesos del cacao, y encontró una muñeca de Sierva María flotando en el fondo de<br />

la tinaja. No le pareció en realidad una simple muñeca flotando en el agua, sino algo<br />

pavoroso: una muñeca muerta.<br />

Convencida de que era un maleficio africano de Sierva María contra ella, resolvió que<br />

las dos no cabían en la casa. El marqués intentó una mediación tímida, y ella lo frenó<br />

en seco: «o ella o yo».<br />

De modo que Sierva María volvió al galpón de las esclavas, aun cuando su madre<br />

estaba en el trapiche. Seguía siendo tan hermética como cuando nació, y analfabeta<br />

absoluta.<br />

Pero Bernarda no estaba mejor. Había tratado de retener a Judas Iscariote<br />

igualándose a él, y en menos de dos años perdió el rumbo de los negocios, y el de la<br />

vida misma. Lo disfrazaba de pirata nubio, de as de copas, de rey Melchor, y se lo<br />

llevaba a los arrabales, sobre todo cuando fondeaban los galeones y la ciudad se<br />

prendía en una parranda de medio año. Se improvisaban tabernas y burdeles en los<br />

Gabriel García Márquez 29<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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