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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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un rey que nunca lo oyó nombrar. En una de esas visitas fueron interrumpidos por el<br />

lamento lúgubre de Bernarda.<br />

Abrenuncio se alarmó. El marqués se hizo el sordo, pero el quejido siguiente fue tan<br />

desgarrador que no pudo ignorarlo.<br />

“Quienquiera que sea está necesitando un responso”, dijo Abrenuncio<br />

“Es mi esposa en segundas nupcias” dijo el marqués.<br />

“Pues tiene el hígado deshecho”, dijo Abrenuncio.<br />

“¿Cómo lo sabe”<br />

“Porque se queja con la boca abierta”, dijo el médico.<br />

Empujó la puerta sin permiso y trató de ver a Bernarda en la penumbra del cuarto, y<br />

no estaba en la cama. La llamó por su nombre, y ella no le contestó. Entonces abrió la<br />

ventana y la luz metálica de las cuatro se la mostró en carne viva, desnuda y abierta<br />

en cruz en el suelo, y envuelta en el fulgor de sus flatos letales. Su piel tenía el color<br />

mortecino de la atrabilis rebosada. Levantó la cabeza, encandilada por el resplandor<br />

de la ventana abierta de golpe, y no reconoció al médico a contraluz. A él le bastó<br />

una mirada para ver su destino.<br />

«Te está cantando la lechuza, hija mía», le dijo:,<br />

Le explicó que aún era tiempo de salvarla, siempre que se sometiera a una cura<br />

urgente de purificación de la sangre. Bernarda lo reconoció, se incorporó como pudo,<br />

y se soltó en improperios. Abrenuncio los soportó impasible mientras volvía a cerrar<br />

la ventana. Ya de salida se detuvo ante la hamaca del marqués y precisó el<br />

pronóstico:<br />

«La señora marquesa morirá a más tardar el 15 de septiembre, si es que antes no se<br />

cuelga de una viga».<br />

El marqués, inalterable, dijo:<br />

«Lo único malo es que el 15 de septiembre esté tan lejos».<br />

Seguía adelante con el tratamiento de felicidad para Sierva María. Desde el cerro de<br />

San Lázaro veían por el oriente las ciénagas fatales, y por el occidente el enorme sol<br />

colorado que se hundía en el océano en llamas. Ella le preguntó qué había del otro<br />

lado del mar, y él le contestó: «El mundo».<br />

Para cada gesto suyo encontró en la niña una resonancia inesperada. Una tarde<br />

vieron aparecer en el horizonte, con las velas a reventar, la Flota de Galeones.<br />

La ciudad se transformó. Padre e hija se solazaron con los títeres, con los tragadores<br />

de fuego, con las incontables novedades de feria que llegaron al puerto en aquel abril<br />

de buenos presagios.<br />

Sierva María aprendió más cosas de blancos en dos meses que nunca antes. Tratando<br />

de hacerla otra, también el marqués se volvió distinto, y lo fue de un modo tan<br />

radical que no pareció una mudanza del carácter sino un cambio de naturaleza.<br />

La casa se llenó de cuantas bailarinas de cuerda, cajas de música y relojes mecánicos<br />

se habían visto en las ferias de Europa. El marqués desempolvó la tiorba italiana. La<br />

encordó, la afinó con una perseverancia que sólo podía entenderse por el amor, y<br />

volvió a acompañarse las canciones de antaño cantadas con la buena voz y el mal<br />

oído que ni los años ni los turbios recuerdos habían cambiado. Ella le preguntó por<br />

esos días si era verdad, como decían las canciones, que el amor lo podía todo.<br />

«Es verdad», le contestó él, «pero harás bien en no creerlo».<br />

Gabriel García Márquez 31<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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