Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO
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«Más justo sería pensar que sea un milagro, y ese poder es sólo de Dios», dijo. Pero<br />
no era lo uno ni lo otro, porque al secarse en la callas manchas no eran rojas sino de<br />
un verde intenso. La abadesa enrojeció. No sólo las clarisas, sino todas las mujeres de<br />
su tiempo tenían vedada cualquier clase de formación académica, pero ella había<br />
aprendido esgrima escolástica desde muy joven en su familia de teólogos insignes y<br />
grandes herejes.<br />
«Al menos», replicó,<br />
«no neguemos a los demonios el poder simple de cambiar el color de la sangre».<br />
«Nada es más útil que una duda a tiempo», replicó <strong>Del</strong>aura en el acto, y la miró de<br />
frente: «Lea San Agustin».<br />
«Muy bien leído que lo tengo», dijo la abadesa.<br />
«Pues vuelva a leerlo», dijo <strong>Del</strong>aura.<br />
Antes de ocuparse de la niña le rogó de muy buen tono a la guardiana que saliera de<br />
la celda.<br />
Luego, sin la misma dulzura, le dijo a la abadesa:<br />
«Usted también, por favor».<br />
«Bajo su responsabilidad», dijo ella.<br />
«El obispo es la jerarquía máxima», dijo él.<br />
«No tiene que recordármelo», dijo la abadesa,<br />
con un sesgo de sarcasmo. « Ya sabemos que ustedes son los dueños de Dios».<br />
<strong>Del</strong>aura le regaló el placer de la última palabra.<br />
Se sentó en el borde de la cama y revisó a la niña con el rigor de un médico. Seguía<br />
temblando, pero ya no sudaba.<br />
Vista de cerca, Sierva María tenía rasguños y moretones, y la piel estaba en carne<br />
viva por el roce de las correas. Pero lo más impresionante era la herida del tobillo,<br />
ardiente y supurada por la chapucería de los curanderos.<br />
Mientras la revisaba, <strong>Del</strong>aura le explicó que no la habían llevado allí para<br />
martirizarla, sino por la sospecha de que un demonio se le hubiera metido en el<br />
cuerpo para robarle el alma. Necesitaba su ayuda para establecer la verdad. Pero era<br />
imposible saber si ella lo escuchaba, y si comprendía que era una súplica del corazón.<br />
Al término del examen, <strong>Del</strong>aura se hizo llevar un estuche de curaciones, pero<br />
impidió que entrara la monja boticaria. Ungió las heridas con bálsamos y alivió con<br />
soplos suaves el escozor de la carne viva, admirado de la resistencia de la niña ante el<br />
dolor. Sierva María no contestó a ninguna de sus preguntas, ni se interesó por sus<br />
prédicas, ni se quejó de nada.<br />
Fue un comienzo descorazonador que persiguió a <strong>Del</strong>aura hasta el remanso de la<br />
biblioteca.<br />
Era el ámbito más grande de la casa del obispo, sin una sola ventana, y las paredes<br />
cubiertas por vidrieras de caoba con libros numerosos y en orden. En el centro había<br />
un mesón con cartas de marear, un astrolabio y otras artes de navegación, y un globo<br />
terráqueo con adiciones y enmiendas hechas a mano por cartógrafos sucesivos a<br />
medida que iba aumentando el mundo. Al fondo estaba el rústico mesón de trabajo<br />
con el tintero, el cortaplumas, las plumas de pavo criollo para escribir, el polvo de<br />
cartas y un florero con un clavel podrido. Todo el ámbito estaba en penumbra, y<br />
tenía el olor del papel en reposo, y la frescura y el sosiego de una floresta.<br />
50 Gabriel García Márquez<br />
<strong>Del</strong> amor y otros demonios