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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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colgar el cadáver de un perro gordo y siniestro para que se supiera que había muerto<br />

de rabia. El aire tenía el olor a rosas de principios de mayo, y el cielo era el más<br />

diáfano del mundo El barrio de los esclavos, al borde mismo de la<br />

marisma, estremecía por su miseria. En las barracas de arcilla con techos de palma se<br />

convivía con los gallinazos y los cerdos, y los niños bebían del pantano de las calles.<br />

Sin embargo, era el barrio más alegre, de colores intensos y voces radiantes, y más al<br />

atardecer, cuando sacaban las sillas para gozar de la fresca en mitad de la calle. El<br />

párroco repartió los dulces entre los niños de la marisma, y se quedó con tres para su<br />

cena. El templo era un rancho de bahareque y techo de palma amarga con una cruz<br />

de palo en el caballete. Tenía escaños de tablones macizos, un solo altar con un solo<br />

santo y un púlpito de madera donde el párroco predicaba los domingos en lenguas<br />

africanas. La casa cural era una prolongación de la iglesia por detrás del altar mayor,<br />

donde el párroco vivía en condiciones mínimas en un cuarto con una cama de viento<br />

y una silla rústica. Al fondo había un patiecito pedregoso y una pérgola de parras<br />

con racimos pasmados, y una cerca de espinas que lo separaba de la marisma. La<br />

única agua de beber era la de un aljibe de argamasa en un rincón del patio.<br />

Un sacristán viejo y una niña huérfana de catorce años, ambos mandingas conversos,<br />

eran los ayudantes en la iglesia y en la casa, pero no hacían falta después del rosario.<br />

Antes de cerrar la puerta, el párroco se comió los tres últimos dulces con un vaso de<br />

agua, y se despidió de los vecinos sentados en la calle con su fórmula de rutina en<br />

castellano:<br />

«Buenas y santas noches os depare Dios a todos».<br />

A las cuatro de la mañana el sacristán que vivía, a una cuadra de la iglesia dio los<br />

primeros toques para la misa única. Antes de las cinco, en vista de que el padre se<br />

demoraba, fue a buscarlo en su cuarto. No estaba. Tampoco lo encontró en el patio.<br />

Siguió buscándolo en los alrededores, porque a veces se iba a conversar desde muy<br />

temprano en los patios vecinos. No lo encontró. A los pocos feligreses que acudieron<br />

les anunció que no había misa porque no encontraban al párroco. A<br />

las ocho, ya con el sol caliente, la niña del servicio fue a sacar agua del aljibe, y allí<br />

estaba el padre Aquino, flotando bocarriba con las calzas que se, dejaba puestas para<br />

dormir. Fue una muerte triste y sentida, y un misterio que nunca se esclareció, y que<br />

la abadesa proclamó como la prueba terminante de la inquina del demonio contra su<br />

convento.<br />

La noticia no llegó hasta la celda de Sierva María, que se quedó esperando al padre<br />

Aquino con una ilusión inocente. No supo explicarle a Cayetano quién era, pero le<br />

transmitió su gratitud por la devolución de los collares y la promesa de rescatarla.<br />

Hasta entonces les había parecido a ambos que el amor les bastaba para ser felices.<br />

Fue Sierva María quien se dio cuenta, desengañada por el padre Aquino, de que la<br />

libertad dependía sólo de ellos mismos. Una madrugada, después de largas horas de<br />

besos, le suplicó a <strong>Del</strong>aura que no se fuera. Él lo tomó a la ligera y se despidió con un<br />

beso más. Ella saltó de la cama y se abrió de brazos<br />

en la puerta.<br />

«O no se va o me voy yo también».<br />

Le había dicho a Cayetano en alguna ocasión que le hubiera gustado refugiarse con él<br />

en San Basilio de Palenque, un pueblo de esclavos fugitivos a doce leguas de aquí,<br />

donde sería recibida sin duda como una reina. A Cayetano le pareció una<br />

78 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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