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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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Pero también pensaba que ese era su atractivo mayor. Hacían falta guerreros tan<br />

capaces de imponer los bienes de la civilización crístiana como de predicar en el<br />

desierto. Sin embargo, a los veintitrés años, <strong>Del</strong>aura creía tener resuelto su camino<br />

hasta la diestra del Espíritu Santo, del cual era devoto absoluto.<br />

«Toda la vida soñé con ser bibliotecario mayor», dijo. «Es para lo único que sirvo».<br />

Había participado en las oposiciones para un cargo en Toledo que lo pondría en el<br />

rumbo de ese sueño, y estaba seguro de alcanzarlo. Pero el maestro era obstinado.<br />

«Es más fácil llegar a santo como bibliotecario en Yucatán que como mártir en<br />

Toledo», le dijo. <strong>Del</strong>aura replicó sin humildad:<br />

«Si Dios me concediera la gracia, no quisiera ser santo sino ángel» .<br />

No había acabado de pensar en la oferta de su maestro cuando fue nombrado en<br />

Toledo, pero prefirió a Yucatán. Nunca llegaron, sin embargo. Habían naufragado en<br />

el Canal de los Vientos después de setenta días de mala mar, y fueron rescatados por<br />

un convoy maltrecho que los abandonó a su suerte en Santa María la Antigua del<br />

Darién. Allí permanecieron más de un año, esperando los correos ilusorios de la<br />

Flota de Galeones, hasta que al obispo De Cáceres lo nombraron interino en estas<br />

tierras, cuya sede estaba vacante por la muerte repentina del titular. Viendo la selva<br />

colosal de Urabá desde el batel que los llevaba al nuevo destino, <strong>Del</strong>aura reconoció<br />

las nostalgias que atormentaban a su madre en los inviernos lúgubres de Toledo. Los<br />

crepúsculos alucinantes, los pájaros de pesadilla, las podredumbres exquisitas de los<br />

manglares le parecían recuerdos entrañables de un pasado que no vivió.<br />

«Sólo el Espíritu Santo podía arreglar tan bien las cosas para traerme a la tierra de mi<br />

madre», dijo.<br />

Doce años después el obispo había renunciado al sueño de Yucatán. Había cumplido<br />

setenta y tres bien medidos, estaba muriéndose de asma, y sabía que nunca más vería<br />

nevar en Salamanca. Por los días en que Sierva María entró en el convento tenía<br />

resuelto retirarse una vez allanado para su discípulo el camino de Roma.<br />

Cayetano <strong>Del</strong>aura fue al convento de Santa Clara al día siguiente. Llevaba el hábito<br />

de lana cruda a pesar del calor, el acetre del agua bendita y un estuche con los óleos<br />

sacramentales, armas primeras en la guerra contra el demonio. La abadesa no lo<br />

había visto nunca, pero el ruido de su inteligencia y su poder había roto el sigilo de la<br />

clausura. Cuando lo recibió en el locutorio a las seis de la mañana le impresionaron<br />

sus aires de juventud, su palidez de mártir, el metal de su voz, el enigma de su<br />

mechón blanco. Pero ninguna virtud habría bastado para hacerle olvidar que era el<br />

hombre de guerra del obispo. A <strong>Del</strong>aura, en cambio, lo único que le llamó la atención<br />

fue el alboroto de los gallos.<br />

«No son sino seis pero cantan como ciento», dijo la abadesa. «Además, un cerdo<br />

habló y una cabra parió trillizos». Y agregó con ahínco: «Todo anda así desde que su<br />

obispo nos hizo el favor de mandarnos este regalo emponzoñado».<br />

Igual alarma le causaba el jardín florecido con tanto ímpetu que parecía contra<br />

natura. A medida que lo atravesaban le hacía notar a <strong>Del</strong>aura que había flores de<br />

tamaños y colores irreales, y algunas de olores insoportables. Todo lo cotidiano tenía<br />

para ella algo de sobrenatural. A cada palabra, <strong>Del</strong>aura sentía que era más fuerte que<br />

él, y se apresuró a afilar sus armas.<br />

«No hemos dicho que la niña esté poseída», dijo,<br />

«sino que hay motivos para suponerlo».<br />

48 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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