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Marquez Del Amor.pdf - Serwis Informacyjny WSJO

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oración. Cayetano supo entonces que había sortear con creces el primer rito de<br />

iniciación del seminario, que consistía en subir el baúl hasta el dormitorio sin<br />

preguntar nada y sin ayuda de nadie. La rispidez de su ingenio, su buena índole y el<br />

temple su carácter fueron proclamados como ejemplo para el noviciado.<br />

Sin embargo, el recuerdo que más había demarcarlo fue su conversación de esa<br />

noche en la oficina del rector. Lo había citado para hablarle del único libro que<br />

encontraron en su baúl, descosido, incompleto y sin carátulas, tal como él lo rescató<br />

por azar de unos cajones de su padre. Lo había leído hasta donde pudo en las noches<br />

del viaje, estaba ansioso por conocer el final. El padre recto quería saber su opinión.<br />

«Lo sabré cuando termine de leerlo», dijo él.<br />

El rector, con una sonrisa de alivio, lo guardó bajo llave.<br />

«No lo sabrás nunca», le dijo. «Es un libro prohibido».<br />

Veintiséis años después, en la umbría biblioteca del obispado, cayó en la cuenta de<br />

que había leído cuantos libros pasaron por sus manos, autorizados o no, menos<br />

aquél. Lo estremeció la sensación de que una vida completa terminaba aquel día.<br />

Otra, imprevisible, empezaba.<br />

Había iniciado sus oraciones de la tarde, al octavo día de ayuno, cuando le<br />

anunciaron que el obispo lo esperaba en la sala para recibir al virrey.<br />

Era una visita imprevista, aun para el virrey, a quien se le ocurrió a destiempo en el<br />

curso de su primer paseo por la ciudad. Tuvo que contemplar los tejados desde la<br />

terraza florida mientras llamaban de urgencia a los funcionarios más cercanos y<br />

ponían un poco de orden en la sala.<br />

El obispo lo recibió con seis clérigos de su estado mayor. A su diestra sentó a<br />

Cayetano <strong>Del</strong>aura, a quien presentó sin más título que su nombre completo. Antes de<br />

empezar la charla el virrey revisó con una mirada de conmiseración las paredes<br />

descascaradas, las cortinas rotas, los muebles artesanales de los más baratos, los<br />

clérigos empapados de sudor dentro de sus hábitos indigentes. El obispo, tocado en<br />

el orgullo, dijo: «Somos hijos de José el carpintero». El virrey hizo un gesto de<br />

comprensión, y se lanzó aun recuento de sus impresiones de la primera semana.<br />

Habló de sus planes ilusorios para incrementar el comercio con las Antillas inglesas<br />

una vez restañadas las heridas de la guerra, de los méritos de la intervención oficial<br />

en la educación, de estímulos a las artes y las letras para poner<br />

estos suburbios coloniales a tono con el mundo.<br />

«Los tiempos son de renovación», dijo.<br />

El obispo comprobó una vez más la facilidad del poder terrenal. Tendió hacia<br />

<strong>Del</strong>aura su índice tembloroso, sin mirarlo, y dijo al virrey:<br />

«Aquí el que se mantiene al corriente de esas novedades es el padre Cayetano»<br />

El virrey siguió la dirección del índice, y se encontró con el semblante lejano y los<br />

ojos atónitos que lo miraban sin pestañear. Le preguntó a <strong>Del</strong>aura con un interés real:<br />

«¿Has leído a Leibniz» .,<br />

«Así es, excelencia», dijo <strong>Del</strong>aura, y precisó:<br />

«Por la índole de mi cargo».<br />

Al final de la visita se hizo evidente que el interés mayor del virrey era la situación<br />

de Sierva María. Por ella misma, explicó, y por la paz de la abadesa, cuya<br />

tribulación lo había conmovido.<br />

60 Gabriel García Márquez<br />

<strong>Del</strong> amor y otros demonios

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